Alrededor de tres décadas ha tenido el ciclo iniciado con el fin de la guerra civil, sellado con la firma de los Acuerdos de Paz. Se estableció desde entonces una matriz de país cuya política estuvo dominada por la tensión derecha–izquierda (ARENA–FMLN). La matriz económica fue formateada por una oligarquía constituida por unas pocas familias y grandes empresas, que determinó una punta muy rica de la pirámide y una enorme base de pobreza y exclusión social.
Cuatro gobiernos de derecha y dos gobiernos de izquierda actuaron al servicio de los intereses de esa oligarquía. La matriz imperante durante el ciclo de tres décadas fue tan sólida que las administraciones del FMLN ni siquiera intentaron producir cambios superficiales.
Ninguna diferencia puede hallarse entre los gobiernos areneros y los del Frente. La concentración de la riqueza y del poder, y la expansión de la pobreza y la exclusión no sufrieron alteraciones con el cambio de color del gobierno.
Las características de la corrupción estructural en el Estado no variaron tampoco. Cuando se observa la cantidad y la magnitud de hechos corruptos que alcanzan a los tres órganos del Estado, vemos que estamos ante un fenómeno que no es puntual o que corresponde tan solo a un color político. Es corrupción estructural, que ahora ha comenzado a desmontarse. De todos los hechos que han conmovido a la sociedad salvadoreña, el más invisible y, a su vez, el de mayor magnitud es la evasión y elusión impositiva de las grandes fortunas. A lo largo de tres décadas, le robaron decenas de miles de dólares al Estado.
El poder económico determinó siempre la composición y la actuación de los gobiernos, la manipulación de la Asamblea Legislativa, y más aún la de la justicia. Jueces, magistrados y fiscales han sido dóciles mandaderos de esas cúpulas.
Se dice que no hay mal que dure 100 años. Podemos decir, adaptando la frase a nuestra realidad, que no hay mal que dure más de 30 años.
Efectivamente, la irrupción inesperada del liderazgo de Nayib Bukele —construido en poco tiempo— constituyó, de hecho, el comienzo del fin del ciclo. Desapareció la trama del poder vigente durante tres décadas. Llegó a un límite absoluto la desilusión de la población con respecto a las fuerzas políticas tradicionales.
Podría decirse que el liderazgo de Nayib Bukele constituye el ingreso real del país al siglo XXI. Todos los líderes anteriores y las cúpulas partidarias continúan aferradas a la realidad de finales del siglo pasado, y desde allí enfocan su mirada del país y del mundo. Pero ese país y ese mundo ya no son los mismos.
En el artículo anterior (publicado el miércoles 25 de noviembre pasado) indiqué que el proceso de decadencia del FMLN se acentuaba más y más. En efecto, por si los resultados de las últimas elecciones no fueran suficientes, están las encuestas más recientes, que indican que la caída del FMLN será aún más estrepitosa el 28 de febrero próximo.
A la par, su conducción sigue intentando sobrevivir en una realidad que no comprende ni acepta. En lugar de ejercer la autocrítica e intentar reinventarse, bajó la guardia y se convirtió en furgón de cola de la derecha, a la que en el pasado había combatido.
En muchos países latinoamericanos, los movimientos de izquierda en la segunda mitad del siglo pasado fueron desapareciendo. Se convirtieron en partidos comunistas o socialistas insignificantes, hasta que fueron eliminados de la realidad. El camino que hoy transita el FMLN.
En la etapa que está naciendo, El Salvador ha dejado atrás la lucha de la derecha contra la izquierda, y ha tomado su lugar lo nuevo versus lo viejo, el futuro versus el pasado.
El movimiento creado por el presidente Bukele hará, el 28 de febrero próximo, su debut como fuerza electoral. Todo indica que vencerá holgadamente para ocupar la mayoría de las curules de la Asamblea Legislativa, y de las alcaldías del país.
Allí comenzará la construcción del nuevo camino que transitará el país hacia su nueva realidad. El mundo, sacudido por la pandemia —cuyos perjuicios no se conocen aún—, también deberá encontrar su nuevo rumbo. En el desconcierto actual, un movimiento con nuevas y claras ideas tiene la oportunidad histórica de ser vanguardia.
Hasta ayer, derecha e izquierda dejaron la tarea en manos de la oligarquía.
A partir de ahora, en cambio, el desafío del presidente y del pueblo salvadoreño es ser, por primera vez, protagonistas reales en la construcción de un nuevo país.