Muchas veces, mientras caminamos por la calle, hemos frenado nuestros pasos al escuchar esas palabras.
Es una frase común en un modo de vivir, que puede utilizar tanto el necesitado como el aprovechado y que casi siempre nos plantea un dilema en el que terminan interviniendo nuestro orgullo en contraposición con nuestra sensibilidad y conciencia. Pensamos muchas veces en que tal vez el que pide nos podría estar engañando, o que quizá en verdad lo necesita, además del concepto que solemos utilizar, casi siempre como pretexto, de que pedir es incorrecto y que al dar se fomenta la haraganería.
Pero dejando de lado esa disyuntiva de si pedir es correcto o no, o si dar es correcto o no, el hecho principal aquí son las razones de por qué tanta gente, principalmente la que en verdad necesita, ha tenido que recurrir a esa forma de vida.
El que en el pasado no se le haya apostado en serio a la educación es una de ellas. Si no hemos tenido la oportunidad de estudiar, en el futuro tampoco se nos abrirán oportunidades para trabajar. Una cosa siempre es consecuencia de otra.
La galopante corrupción en las décadas pasadas es también una causa. Cada dólar robado o malversado equivale a una oportunidad arrebatada a muchos para poder salir adelante.
Otra es la falta de sensibilidad y conciencia social de muchas empresas, que se la piensan dos veces antes de sacrificar sus ganancias en beneficio de sus trabajadores. Un mejor salario para el trabajador significa mejores ingresos para su familia, que finalmente se traduce en que sus miembros tengan una mejor calidad de vida; y por qué no decirlo, para que puedan quizá emprender en algo que mejore un poco más su condición económica.
El abandono de la actividad agrícola interviene también como una circunstancia que agravó la pobreza en el país. El hecho de que en el pasado se le haya apostado más a la importación de alimentos y no a la producción nacional redujo drásticamente la cantidad de trabajo en el campo, situación que provocó un éxodo hacia las ciudades, en busca de oportunidades que, a juzgar por la realidad, allí tampoco existían.
No se pueden dejar de mencionar los desastres naturales, como terremotos e inundaciones. Con cada una de estas calamidades se suman más familias al contingente de pobreza de donde les es casi imposible salir.
También está la concentración de la riqueza como un mal endémico en la mayoría de los países latinoamericanos, provocada por las políticas económicas implementadas por años (si no es que siglos) que promueven el reparto desigual de los recursos.
Por último, están la religión, la idiosincrasia y el conformismo. La primera dice a la gente que es más fácil ganarse el cielo sufriendo las penalidades que produce la pobreza; la segunda es esa que por naturaleza nos vuelve poco preventivos en lo que respecta a nuestro futuro, y la tercera se refiere a conformarse con lo que hay sin buscar la forma de mejorar nuestra situación.
Como hemos podido ver, la pobreza puede ser multicausal, y es a la vez un flagelo que por siglos o milenios ha afectado a las distintas sociedades y que no permite a quienes las conforman llevar una vida digna.
Todo lo anterior no significa que un país no pueda o no deba echar mano de políticas para aminorar el problema. Es más, urge hacerlo.