Su mundo está rodeado de magia, belleza, canto, ballet, música y la imaginación transformada en bellos decorados y luces teatrales. Raoul Fernández ha logrado una trayectoria sorprendente como pocos en los teatros y óperas del mundo. Tuvo la oportunidad de aprender con grandes maestros, como el polaco Jerzy Grotowski, el francés Stanislas Nordey y el ruso Anatoli Vassiliev. Después de décadas de estar fuera de El Salvador, ahora se dispone a volver eventualmente al país y enseñar todo lo que pueda a quien desee aprender.
¿Cómo fue trabajar en la Ópera Garnier?
Cuando pasé a trabajar en la ópera yo seguía en universidad, en París VIII. Estaba a fondo con el vestuario; pero en las tardes, al salir de la ópera a las 6 de la tarde, me iba a ayudar a compañías de teatro en vestuario o peinar a las actrices, porque a mí me encanta peinar y maquillar, y ganaba un poco más de pisto sobre todo experiencia y contactos.
Llegó un momento en que ya me había cansado de la ópera y presenté mi renuncia a (Rudolf) Nuréyev. Le dije “me voy de aquí. Ya me cansé” y le llevé mi renuncia escrita. Nuréyev leyó el principio y la rompió, la tiró al basurero. Y me dijo: “tres preguntas: ¿al salir de esta puerta usted tiene trabajo? “No”, le dije. “¿Al salir de esta puerta usted tiene familia en París?” “No, estoy solo en Europa”, contesté. “Otra pregunta, ¿usted tiene economía?” “No”, dije. “Entonces, no esté perdiendo el tiempo y vaya a trabajar”.
¿Y se quedó?
Sí. No es que uno firme exclusividad en la ópera, pero casi, porque ahí me habían formado.
¿Es ahí donde debuta como actor?
Casi. Él murió como al año o año y medio, y llegó un nuevo director. Patrick Dupond fue el nuevo director artístico y al presentarle mi renuncia me dijo: “usted es libre, haga lo que quiera”, y me fui. Pero los primeros tres meses no tenía qué comer, no tenía trabajo, ningún teatro me llamaba. Entonces, llamo a mi mamá (en El Salvador) y le digo que había renunciado. “¿De qué estás viviendo?”, preguntó. “De nada”, dije. Y le conté que volvería a la ópera a pedir perdón para ver si me reintegraban y me contestó: “Está bien, pero no vayas a pedir perdón. En la vida tenés que asumir tus decisiones y pensar antes de actuar. Ahora, seguí adelante”.
¿Y qué pasó?
A la semana de eso me llamaron del Festival de Aviñón, que es el más importante de toda Francia. Uno de los entonces nuevos jóvenes directores de teatro, hoy es conocidísimo y director de uno de los teatros más famosos de Francia, su asistente me llama y dice: “¿Es Raoul Fernández?” “Sí”, digo. “Stanislas Nordey quiere que haga el vestuario del próximo festival de Aviñón para un espectáculo que va a durar ocho horas. La mitad de los actores son sordomudos y la otra mitad habla, y queremos que usted haga el vestuario”.
¿Qué año fue ese?
1992, 1993, algo así. El espectáculo se llamaba “Vol mon dragón” (“Vuela mi dragón”).
¿Ese fue su retorno?
Sí, y gané buen pisto. El escenario era larguísimo, era como una abadía. Al fondo me había instalado con mí máquina de coser, mis telas y todo. Un día estaba terminando un vestido largo rojo para uno de los sordomudos. El director pide que le lleve el vestido y se lo llevo. Entonces, me pide que regrese y vuelva a caminar. Me pregunta qué siento al caminar por el escenario y le contesto que nada. “Es que caminás con una naturalidad como si toda tu vida has estado en un escenario”. “Casi”, le contesto. Me propone darme un texto para actuarlo en el espectáculo, me lo aprendí y actué en el festival.
¿Siguió como vestuarista siempre o solo actuaba?
Con los dos. Seguí en la obra del dragón. Hervé Guibert se llama el autor. Y ahí empecé como autor, en el Festival de Aviñón, que dura un mes, todo julio. Ahí llegan los directores de todo el mundo, de toda Francia, periodistas y todo. Muchos directores profesionales me vieron y de ahí no paré, como vestuarista, como actor.
¿En cuántas obras ha trabajado?
Ya perdí la cuenta… como actor más de 200.
Los 40 años de los que habla, han sido solo en Francia.
No, en todas partes. He hecho vestuario para la (Ópera) Covent Garden, de Londres, que nos dieron un premio.
¿Recorrió toda Francia?
Sí, Estrasburgo, Marsella, Lyon, Burdeos… y después me anduve desplazando por todas partes, Italia, por toda Europa. También estuve en Seúl, trabajé en la ópera de Pekín, en China; en la ópera de Nueva Zelanda. Trabajé en las dos óperas de Berlín, en Ámsterdam, en Oslo y también en Canadá.
¿Ha recibido reconocimientos?
Sí. El único y que me llena de orgullo es de Londres, cuando hicimos una ópera en el Covent Garden y nos dieron el premio al conjunto de esa ópera. Nos dieron el Laurence Olivier.
En las 200 obras que ha estado, ¿ha sido solo actor, vestuarista o en otras áreas?
En 35 óperas estuve firmando el vestuario, las maquetas y la realización en talleres. También estuve en la ópera de Frankfurt, en la ópera de Hamburgo.
¿A qué se refiere con maquetas y realización?
Muchos diseñadores de vestuario en Europa no saben la cuestión técnica de la costura. Ellos son pintores o dibujantes y hacen una maqueta preciosa; pero no piensan en los cantantes que lo van a utilizar, ni en los actores y tampoco saben realizarlo. Ellos no saben cortar una tela, ver los colores y todo. En cambio, yo siempre pedía darme maquetas, pero también estar con el taller. A veces no le gustaba a las costureras, pero yo me ponía a la par de ellas a bordar, a corregir una manga o hacer un montaje, porque la manga derecha quizás la habían puesto al lado izquierdo o hacer una pinza. Entonces, yo veía que todo estuviera bien.
¿Y qué piensa después de todo lo que ha vivido?
(ríe) Voy a cumplir 67 años. Ya tengo la edad para jubilarme. Ahora, pienso que lo poco que he aprendido yo quiero transmitirlo, quiero compartirlo. Por ejemplo, me contactaron del CENAR para unos talleres de teatro y di sobre vestuario, el vestuario con respecto a todo lo que tiene que ver con la preparación del actor antes de entrar al escenario. Cuando me jubile pienso venirme seis meses a El Salvador y estar seis meses en Francia o Europa.
¿Siempre ha vivido en París?
Antes vivía en París, pero con la pandemia me trasladé a Normandía.
Y en el país, ¿a quiénes desea apoyar?
Siempre me ha gustado apoyar a los grupos emergentes, a los grupos de jóvenes o aficionados, porque decir teatro profesional o danza profesional yo lo conozco, y sé que la gente lo hace a la perfección; pero sé que hay gente que está tratando de hacer algo. Ya he dado talleres en Argentina y otros países de Latinoamérica y tenemos la misma necesidad económica, la misma necesidad de hacer algo, y eso me gusta, dar una mano. Y también me gustaría ayudar a nivel de las universidades.
No sé cuántos años de vida me quedan, espero sean muchos y toco madera. Creo que en la vida siempre hay que compartir lo que se sabe, sobre todo cuando se llega a cierta edad y no irse con eso. Ahora, un pequeño paréntesis, el teatro y la danza son mi pasión, y el canto también porque canto, pero paralelamente lo que me gusta es la historia. Soy paleógrafo, leo los escritos de los siglos XVI y XVII. En todos los archivos de Sevilla, por ejemplo, o en todos los archivos centroamericanos que están en Guatemala o aquí, en el Palacio Nacional (de San Salvador), siempre me estoy empapando de eso porque también quiero escribir del momento de la colonia, del choque de culturas, de las injusticias que hubo, de la repartición de tierras, eso me encanta.