Como ya es tradición, cada año se celebra en nuestra región centroamericana ese hecho histórico que marca dónde nos vemos inmersos en dicha realidad. La pregunta que todos nos debemos hacer es la siguiente: ¿conocemos de verdad qué celebramos? La interrogante estriba en que, por mi calidad de sociólogo, acostumbrado a indagar con diferentes métodos investigativos, entre ellos la lógica del descubrimiento, con lo que uno viene a darse cuenta de que a nuestra gente hay que reorientarla, es decir, reeducar a nuestro pueblo; si ya hicimos un alto y analizamos la pregunta y su muy probable respuesta, caemos en el veinte, como decimos los salvadoreños, de que la celebración de independencia la reducimos a actos cívicos en las instituciones educativas, a realizar sendos desfiles, a preparar cachiporristas con lo que se ponen cargos adicionales los padres y madres de familia, quienes por ver desfilar a sus hijas hacen de todo sin tener conciencia de lo que en realidad estamos celebrando. Y es que quizá suene altisonante para muchos, pero es que en mi calidad de educador no puedo callar mi voz ante tanta aberración, aun por quienes son los orientadores de nuestros hijos.
Hago notar que en nuestro país, lleno de simbolismo, nos habían anexado una celebración más que era el 16 de enero, a efecto de conmemorar la firma de los Acuerdos de Paz y hacían ver a sus firmantes como una nueva generación de próceres, quienes obviamente resultaron ser otra cosa. De hecho, algunos hasta cambiaron de nacionalidad. Lo importante es que la nueva Asamblea Legislativa derogó ese hecho que dejó al descubierto quiénes se beneficiaron con la firma de ese acuerdo. Al establecer un marco comparativo, una cosa similar ocurrió con la firma del Acta de Independencia, pues la verdadera independencia no sirvió más que para liberarse del yugo español, pues España estaba en ese momento en guerra y necesitaba recursos, y no le quedaba más que apretar a nuestros países con el pago de impuestos y con expropiaciones; y los criollos, es decir, los hijos de los españoles nacidos acá en América, mantenían a su vez un gran descontento con la corona española, pues, si bien es cierto que tenían algunos privilegios de orden económico producto de su linaje, no tenían posibilidades de tomar decisiones en el ámbito político, más bien eran marginados de ese tipo de decisiones; es decir, nuestros próceres provocaron ese hecho para mantener privilegios de su clase, pues es cierto que nuestros países, y principalmente nuestros sectores populares y desposeídos, siguieron marginados, y la clase política o dirigencial de la época distribuida entre liberales y conservadores sumieron a nuestra gente en la extrema pobreza y en la marginación. Dicho de otra manera, mantuvieron una supuesta lucha antagónica entre estos grupos, pero al final buscaban mantener su «statu quo» o preservar sus privilegios.
Esta afirmación histórica la remarca el levantamiento campesino de 1833. Anastasio Mártir Aquino (Santiago Nonualco, 16 de abril de 1762- San Vicente, 24 de julio de 1833) fue un líder indígena salvadoreño que encabezó la insurrección de los nonualcos, un levantamiento campesino durante la República Federal de Centroamérica. Murió a los 41 años. Cien años después, durante el conocido levantamiento campesino de 1932, los dictadores militares de la época, que representaban intereses extranjeros, reprimieron, asesinaron y aniquilaron a nuestros pueblos indígenas, principalmente los de Izalco, Nahuizalco, Juayúa y Salcoatitán. Dicho levantamiento campesino es tipificado como un etnocidio, al terminar casi en su totalidad con la población náhuat.
Hablar de la libertad de nuestro pueblo es aludir a un tema histórico manchado de sangre de los sectores marginados de nuestro país, y así vivimos inmersos siendo víctimas de una dictadura militar de 47 años que sirvió de caldo de cultivo para que nuestro país, El Salvador, fuese uno de tantos escenarios para librar una guerra que nada tenía que ver con nosotros; era la conocida Guerra Fría, la que pretendían tanto Estados Unidos como la URSS hegemonizar el planeta por medio de sus ideologías capitalistas por un lado y socialistas por el otro. Nos confundieron con un conflicto fratricida que generó cerca de 80,000 asesinados y cerca de 20,000 desaparecidos, además, el fenómeno de la migración interna y externa que provocó la descomposición o la ruptura de nuestro tejido social.
Llegó la firma de los Acuerdos de Paz en 1992, que muchos celebramos como la alternativa para salir de una crisis histórica y a la vez estructural, pero no fue así, pues el pueblo salvadoreño salió engañado una vez más, y surgió el fenómeno de las pandillas, que los gobiernos de ARENA y FMLN tuvieron la oportunidad enorme de poder solucionar cuando eran grupos armados y organizados, pero no ligados a otras esferas del crimen organizado, pero tal cual mercaderes de la muerte estos dos partidos se dedicaron a negociar la sangre de nuestro sufrido pueblo al realizar pactos con estos grupos irregulares, con intereses puramente electoreros, para mantenerse en el poder lactando y erosionando los bienes de país, de lo que se conocen cifras millonarias extraídas del erario, y quienes se ven involucrados ahora se autodenominan «perseguidos políticos». Triste final para estos personajes. Y como dice la Biblia: «La raíz de todos los males es el amor al dinero».
Con la llegada de un nuevo Gobierno se genera en 2019 una ruptura histórica, es decir, la finalización de una era y el surgimiento de nuevos liderazgos, de nuevos actores políticos y, por ende, una nueva visión de hacer país, la cual desde una perspectiva sociológica e histórica nos enmarca en una revolución digital, de ideas novedosas y de última generación. No haré alusión de los logros y los avances que como país hemos tenido en tres años de un nuevo Gobierno, pues estos son ampliamente conocidos por la población salvadoreña. Más bien hay que destacar el anuncio del actual mandatario, Nayib Bukele, al referirse a su disposición de buscar la reelección a la presidencia para el período 2024-2029, lo que genera mucha alegría entre la mayoría de la población. Obviamente, de igual manera, la oposición anacrónica organizada ahora en un solo bloque, en una rara mezcla de agua con aceite, o sea, quienes antes engañaron al pueblo salvadoreño con mantener una supuesta lucha ideológica, botaron sus máscaras y se convierten en un híbrido de ideas raras y pútridas, quienes al verse relegados del poder político buscan afanosamente descalificar a un Gobierno electo democráticamente, tratando de desconocer el fallo de la Sala de lo Constitucional de la Corte Suprema de Justicia que le ordenó al Tribunal Supremo Electoral cumplir esa disposición, y esto con la finalidad de crear las condiciones legales y logísticas para una inminente reelección presidencial.
La historia es cíclica y vuelve, y como decimos que la tercera es la vencida, estamos a 10 años de cumplir 200 y 100 años de los eventos antes descritos, y se espera que en esta ocasión nuestro país por fin acceda a una verdadera independencia donde la libertad, la democracia y la justicia sean los estandartes que iluminen el camino ya iniciado en 2019. En tal sentido, es importante hacer un llamado a la comunidad internacional, representada en el cuerpo diplomático acreditado en nuestro país, que nos permita ser país, que nos permita crecer, que nos permita desarrollarnos, que nos permita no ser dependientes de ustedes, por favor, dejen que los salvadoreños resolvamos nuestros problemas. Que ustedes se quieren unir, pues bienvenidos, como siempre, pero respeten nuestra libertad de tomar nuestras propias decisiones, nuestra independencia y autonomía.
Queda abierta la interrogante ¿201 años de independencia?