Mucho se habla de que no es posible escribir una nueva historia en el país. Hay una corriente de opinadores, historiadores y «todólogos» de la vieja guardia que insisten en que es un error hablar en esos términos, porque piensan que hay un negacionismo detrás de todo esto.
Ellos son los que leen la realidad con criterio selectivo, porque viajan al pasado para extraer la versión interesada de las cosas y ven el futuro con temor, dado que se avanza en la ruta de romper el «statu quo» que defienden con obstinación y terquedad, otrora dominio de sus patrocinadores y mecenas.
Nadie está borrando de golpe el pasado, porque es precisamente eso lo que no se quiere repetir. No se trata de cambiar la identidad, los valores, las tradiciones y costumbres del pueblo. Eso es lo que nos define como salvadoreños, una sociedad que en poco más de dos años ha dado un giro justo en esa línea: romper con lo hegemónico e impuesto por casi 200 y años y lograr, en 2021, la real libertad.
¿De qué se trata esto? En síntesis, es una emancipación auténtica, del crear las condiciones para un El Salvador diferente y que la gente cada día alcance su plenitud. No es un tema de nuevos próceres o de reemplazar viejos símbolos por nuevos, porque eso sí sería negar lo que somos. Es la construcción de nuevas bases para que, justo en el año del bicentenario, marquemos un punto de quiebre entre lo viejo y lo nuevo, en clara alusión al abrazo con el mañana sin olvidar de dónde venimos y lo que nos ha costado hasta sangre.
Es esto lo que empuja el presidente Nayib Bukele. El anhelo de una libertad real y de depender cada día más de nuestras decisiones y aspiraciones, en contraste con la vieja postura, donde nada provenía del poder del pueblo y todo giraba sobre cúpulas que defendían sus intereses. Es como volver a llegar a aquel punto de partida previo a 1821, donde un grupo de sacerdotes e ilustrados creyeron en un ideal, lo defendieron y construyeron las bases de lo que en 2021 entendemos como El Salvador.
Sin embargo, hoy las cosas sin diferentes. El liderazgo del gobernante ha logrado cohesionar a la sociedad y ha permitido que las decisiones se tomen en otra sintonía. Romper con la partidocracia enquistada en los tres órganos del Estado, por ejemplo, fue tan trascendental como otros hechos históricos que hemos vivido en dos centurias para devolver la política al pueblo, los verdaderos protagonistas de la historia que están escribiendo el nuevo escenario que nos conduce al porvenir.
Por todo esto es que debemos de creer en que estamos ante un libro con muchas páginas en blanco, donde podemos plasmar nuestras virtudes y anhelos. Esos «ríos majestuosos y apacibles lagos» son la más clara analogía de que hoy tenemos todo para ser salvadoreños en el sentido más amplio de la palabra, con el liderazgo de un gobernante que está asumiendo su papel con responsabilidad y conduciendo este barco a buen puerto para todo El Salvador.
La lucha con éxito contra la pandemia de COVID-19, quizá la más grave crisis sanitaria de nuestra historia, los logros evidentes y tangibles en seguridad pública, la modernización del país en materia social e infraestructura, la estabilidad política y económica, entre otros aciertos, son la prueba de que podemos salir adelante y ver con esperanza el futuro, porque en 200 años por primera vez podemos decir que estamos construyendo el verdadero sueño de ser salvadoreños.
La ruta está clara. Subamos todos a este vehículo de la patria, sin temor, con fe inquebrantable y con la confianza de que el presidente Bukele es el líder de un país que rompe por siempre las viejas cadenas del pasado para ser la patria de «Dios, Unión, Libertad».