Cuando la escritora y artista estadounidense Pati Hill (1921-2014) entrevistó a su conterráneo el célebre novelista Truman Capote (1924-1984), entre muchas y muy inteligentes preguntas, le inquirió: «¿Lee usted mucho?» A lo que el gran autor de «A sangre fría» respondió: «Demasiado. Y cualquier cosa, incluidas las etiquetas, las recetas de cocina y los anuncios. Soy un apasionado de los periódicos: leo todos los diarios de Nueva York todos los días y además las ediciones dominicales y varias revistas extranjeras. Las que no compro las leo de pie en los puestos de revistas. Leo un promedio de cinco libros a la semana. Una novela de extensión normal me lleva unas dos horas. Disfruto las novelas de misterio y me gustaría escribir una algún día. Aunque prefiero las buenas novelas, durante los últimos años mis lecturas parecen haberse concentrado en las cartas, los diarios y las biografías».
A mi antigua casa de San Salvador, ubicada en la 13.ª calle oriente, número 158, una construcción de los años veinte del siglo pasado, llegaban puntualmente los principales matutinos; y después de mediodía, si mi padre no había comprado los vespertinos, yo era enviado hasta la histórica Plaza Morazán por ellos, bajo el severo imperativo de no doblarlos, y traerlos lo más aplanchados posible, ¡vaya tarea para un libre adolescente!
Mi padre era un economista, especializado en el área de economía política e integración centroamericana, que había sido enviado, en su calidad de funcionario del Gobierno salvadoreño, a conocer y estudiar de primera mano la llamada «comunidad del carbón y del acero» en el Viejo Mundo; y, desde luego, era colaborador de los principales periódicos. Venía escribiendo en ellos desde muy jovencito, y además había fundado más de alguno, siempre relacionado con el tema económico.
Recuerdo que por esos tiempos también me enviaba a dejar las colaboraciones a las oficinas de los antiguos periódicos ubicados en el centro de San Salvador y sus alrededores, con sobres dirigidos a los jefes de Redacción, bajo cuyos nombres aparecían aquellas letras: «E. S. M.», que significaban que a nadie debía dejarle esa misiva, únicamente al destinatario.
En vano me solicitaban que los entregara en recepción o a la secretaria del señor jefe; mi respuesta era categórica: ¡No!, puesto que aquellas letras indicaban «en su mano». Así, me hacían pasar, causándoles gracia, y ya frente a esos viejos periodistas, dejaba el encargo y recibía saludos para mi padre y para mí, y alguno que otro bombón o dulce, cuyo sabor y aroma contrastaban con aquel olor a tinta, papel, café y humo de cigarrillos que dominaba en las salas de redacción, eternamente ruidosas debido al tecleo de decenas de máquinas de escribir mecánicas.
De esta manera hubo periódicos en mi casa desde siempre. Épocas de robustos suplementos literarios y de maravillosas páginas a cargo de escritores, donde colaboraban los más prestigiosos intelectuales y literatos. Pese al autoritarismo militar de esos tiempos, existía en los medios impresos tradicionales una relativa tolerancia que era muy bien aprovechada por los creadores. Por supuesto, los demás medios, más radicales unos, menos conservadores otros, también ofrecían excelentes ventanas para la difusión de las letras y las artes.
Por todo ello, en nuestro ámbito actual, cuando desde hace años, salvo alguna notable excepción, los espacios culturales-plurales han ido desapareciendo en los medios impresos, es reconfortante que desde la feliz iniciativa de «Diario El Salvador» se lance «Expresarte», una ventana, sin duda, dirigida a quienes son los principales destinatarios de todos los espacios de esta naturaleza: los lectores cotidianos, no los especializados, no los iluminados. Por el contrario, los ciudadanos que transitan por las calles, avenidas y veredas del país, aquellos que sí encuentran el gozo indescriptible en el poema, el artículo, el reportaje, la reseña o la columna. Los deseosos de aprender, de colaborar, de echar a volar su imaginación.
Desde casi los orígenes del periodismo, la literatura estuvo ahí, si bien es cierto que el periódico nace muy vinculado al comercio, no menos cierto es que uno de sus bastiones principales fueron siempre los escritores. Buena parte de la novelística del siglo XIX debutó primero en los tabloides para luego aparecer en flamantes libros.
Gracias por este primer «Pórtico» a «Diario El Salvador» y a «Expresarte». Buscaremos hacer posible, dominicalmente, mediante esta pasión impresa, el mágico milagro de la cultura.