A 100 años de la consolidación de las relaciones diplomáticas entre la Santa Sede y El Salvador, estamos muy complacidos de continuar en la senda del entendimiento mutuo.
Aunque laico por precepto Constitucional, El Salvador se cimenta sobre las enseñanzas de Cristo, como la paz, la justicia social y la convivencia fraterna; lo que conlleva a la búsqueda incansable por el bienestar de los pueblos del mundo.
Es precisamente en el contexto actual que debe replantearse la necesidad de buscar, como lo ha señalado el papa Francisco, una «única humanidad, unidos por una cultura de fraternidad».
En El Salvador, ese espíritu ha guiado el quehacer de nuestro Gobierno desde el inicio, pero especialmente en medio de esta pandemia, poniendo en todo momento la vida, salud y el bienestar de nuestro pueblo por encima de cualquier otro interés.
Cien años después, el camino de amistad se sigue consolidando en la necesidad de velar por el ser humano. Esto nos ha permitido un acercamiento en nuestras relaciones, estableciendo una mayor solidez a nuestro intercambio.
El Salvador cuenta con un embajador permanente ante el Vaticano desde 2010, lo que ha permitido acompañar importantes hitos para la Iglesia católica salvadoreña, como la canonización de Monseñor Óscar Arnulfo Romero y la beatificación de Rutilio Grande y Cosme Spessotto, este último de origen italiano, pero fue párroco en San Juan Nonualco por más de 30 años.
No podemos olvidar a todos los salvadoreños que sirven desde su fe en el clero, que representan a nuestro país en los rincones del mundo con su misión de llevar palabras de certidumbre y confianza, especialmente ante un panorama de incertidumbre global como el que vivimos.
Es, pues, este un momento para evaluar el legado de servicio al ser humano que nos ha hermanado durante un centenar de años y, sin duda, continuará uniéndonos por muchos años más.