Hace unos meses, en este mismo espacio, escribí la columna de opinión «Ganar para perder», haciendo referencia a que esas dos opciones, más empatar, en algunos casos, son las posibilidades en toda competencia deportiva. Y como perder forma parte del paisaje, hay que ponerle mucha atención.
Para los que hemos practicado algún deporte, perder es una posibilidad, incluso en la vida. Sabemos que los más grandes en la historia han caído más de alguna vez. Desde Michael Jordan, Roger Federer, Usain Bolt, Diego Maradona, Michael Phelps hasta Venus Williams. Messi y Cristiano, incluso. Nadie está exento de sufrir o llorar por una derrota.
En aquella columna recalcaba que lo que ha vuelto grandes a estas figuras es su capacidad de reinventarse, de capitalizar esas malas experiencias y seguir adelante, de sobreponerse a las dificultades y retomar la ruta ganadora. Para estas figuras del deporte, las pérdidas son la excepción y no la regla.
Desde el Instituto Nacional de los Deportes de El Salvador (Indes) estamos trabajando para que perder se vuelva cada vez menos constante en la vida de nuestros deportistas. Pero hay que ser conscientes y honestos consigo mismos para corregir y superar las caídas. Caer una vez está permitido, incluso dos o tres veces podemos tropezar con la misma piedra. El problema es cuando nos enamoramos de esa roca.
A propósito de la derrota de visita de la Selecta contra Canadá, sumado a los empates que logró como local contra Estados Unidos y Honduras, hay que decir que el camino para lograr ese cambio de mentalidad no es fácil. Perder casi se ha convertido en una cultura, un estilo de vida y quizá el resultado más común en nuestro país. Y el sistema ha sido cómplice de esto.
El salvadoreño promedio quiere todo a la carrera, quiere victorias, quiere todo para ya. Quiere cosechar sin antes haber sembrado. Esa falta de planificación y de visión no nos permite progresar. Como la derrota se vuelve constante, resulta difícil sacar al salvadoreño del círculo vicioso en que se mete.
Luego de la goleada de los canadienses, leí a muchos que se bajaron del barco. Otros, más conscientes, dijeron que esa es nuestra realidad. Unos cuantos pidieron paciencia y apoyo al proceso. Pero parece que los salvadoreños somos alérgicos a la palabra proceso, no nos gusta pensar a mediano y largo plazo, y, peor aún, somos enemigos de la paciencia.
Las lecciones no tienen que ser solo para los deportistas y los entrenadores. Es imprescindible que el aficionado también forme parte de este ciclo, de esta enseñanza y aprendizaje, y está en todo su derecho de exigir procesos ordenados y planificados.
Quiero cerrar diciendo que un marcador no puede determinar o hablar de todo lo ocurrido. El camino no se va a construir de un día para otro, pero se necesita mucha voluntad, mucho empeño, respetar las leyes, mucho orden, disciplina, constancia y, sobre todo, paciencia para cambiar la realidad que el fútbol salvadoreño ha vivido por casi 40 años. Incluso podría atreverme a decir que lo mismo ha pasado —y tiene que pasar— con la gran mayoría de los deportes en nuestro país.