La fraseología popular nos ha regalado un refrán implacable por lo cierto: «No se debe juzgar a un libro por su portada». Sin embargo, si despojamos a un libro de aquellas primeras ropas que constituyen su portada, solapa y contraportada, ¿qué nos encontraríamos? Los paratextos que acompañan a un libro pueden ser tan numerosos como confusos en sus nombres y, por ello, me he propuesto realizar un acto de erotismo textualmente explícito y desnudaré un libro cualquiera.
La primera prenda que desamarramos en un libro se denomina «prólogo». De acuerdo con el «Diccionario de uso del español», de María Moliner, el prólogo es un escrito que antecede a una obra determinada y que contiene comentarios referentes a la misma y al autor. Es común encontrarse con que él o la prologuista sean personas distintas a los autores de la obra general, ya que estas constituyen una nota de carácter elogioso, cuyo propósito es incentivar la lectura y dar credenciales de su calidad e interés. El prólogo es, en consecuencia, una prenda de incitación erótica.
La segunda prenda a desabotonar se denomina «prefacio» y, pese a que también va antes del cuerpo del texto, no es igual al prólogo. El prefacio de una obra es un apartado en el que su propio autor da cuenta de los motivos por los cuales decidió enfrentar la empresa de escritura. En él se reseñan los conceptos e ideas que circundan al texto principal y que sirven como marco referencial para la lectura posterior. El prefacio es, por consiguiente, lencería; paños menores e íntimos del autor. A veces tienen un buen calce y nos parecen atractivas y sugestivas, en otras ocasiones, hubiésemos preferido pasarlas de largo y entregarnos directamente al disfrute. Pese a ello, siempre quedan en la memoria.
Habiéndonos entregado ya a los placeres textuales provistos por el cuerpo mismo de una obra, se nos presentan dos apartados de cierre: el «epílogo» y el «posfacio». El primero, el epílogo, constituye la coqueta envoltura en sábanas, concluidos los actos amatorios; un acto tan sensual como innecesario. Es un apartado opcional en el que el autor de un texto da un cierre o una conclusión añadida al desenlace de la trama principal. Puede presentarse desde la misma perspectiva narrativa de la obra o desde una diferente, y es fácilmente reconocible bajo la figura de la escena poscréditos en la que, luego de la épica del romance, se nos permite observar qué ocurrió luego del final.
Menos conocido, pero igualmente posamatorio es el apartado denominado posfacio. De acuerdo con el «Diccionario de bibliología y ciencias afines», de José Martínez de Sousa, es un texto que se añade a una obra después de terminada. Aquella escueta definición no nos entrega mucha información. Sin embargo, cabe señalar que su presencia responde a las impresiones públicas que un amante reconocido por el mundo de las letras da sobre lo leído. Se erige, entonces, como la letra escarlata que un aclamado amante pone sobre nuestras ropas.
Con todo, espero que, habiendo descrito parte de la anatomía de un libro desnudo, se anime a explorar el erotismo textual que se esconde tras la bisutería del marketing de las portadas y se entregue al placer del verbo por el verbo. De textos de, entre, por y para los textos; los paratextos.