El maestro Jorge Bucay dijo: «Tú eliges hacia dónde y tú decides hasta cuándo, porque tu camino es un asunto exclusivamente tuyo». Ciertamente el camino no pertenece al público, aunque, claro, la sociedad es la que limita muchas veces; pero al final el que con sabiduría ha comprendido sabe muy bien que el camino es personal y por tal el trecho que se ande y lo que se haga en ese caminar es una decisión puramente individual.
Si bien es cierto que en la evolución del vivir las personas y las circunstancias moldean el camino, en esencia el sendero sigue siendo un espacio personal y, por lo tanto, es voluntad y responsabilidad del andante cómo lo estructura, lo ordena y limpia. De ahí que con cada paso que se da se crea una celebración, una dicha, un gozo, pues al final el caminar no es deber ni compromiso social, sino moral del que anda.
Ya lo expresaba el escritor Eduardo Galeano: «Si me caí es porque estaba caminando. Y caminar vale la pena aunque te caigas». Pues bien, vale la pena, claro que vale la pena, pues el andar ha sido la evolución de la humanidad y aún en materia espiritual el caminar conforme a ciertos parámetros de espiritualidad consiste, de hecho, en la máxima acción por una vida eterna por santidad.
De tal suerte que la vida es un constante caminar donde el propio camino se vuelve uno mismo en la medida que se fluye con la certeza de que cada paso es en esencia un mismo latido del corazón, una vena que fluye, un hálito de esperanza en pos de un futuro prometedor; en consonancia, el camino es la propia quinta esencia del universo, permitiendo ante todo construir el destino que ha sido deparado para cada ser humano.
Por tanto, tal como expresa Apocalipsis 3:4: «Puede que de vez en cuando tropieces, pero un día caminarás con él en vestiduras blancas». Con Él… caminar, aunque tropiece, ese tropezar es parte de la vida, es lo que crea el callo que fortalece y vuelve fuerte la piel. Por ende, cada golpe y herida es solo un raspón en el camino, no mata ni determina quién eres, pero sí influye en la fuerza de la existencia.
Es así como el caminar bien comprendido da la luminosa intención de saber vivir, vivir bien. Vivir sin temores innecesarios, que son los que complican la vida y el caminar, que en realidad son simples, como la plenitud del mar. Caminar implica alejarse de la ignorancia, basta ya de seguir creyendo que la ignorancia es una virtud, una forma de humildad que santifica; ¿acaso no estamos hechos a imagen y semejanza de Dios? Entonces conocer no es una opción, es una obligación.
Caminar es la máxima expresión de aprender, enseñar y crear, de esperar sin esperar, de amar y ofrecerse en lo que se ofrece, aunque sea poco o casi nada según los parámetros de los demás. Es que para crecerse solo se necesita andar y, claro, estar meditativo en cada paso que se da; entonces, y solo entonces, uno mismo se vuelve el camino y cada paso es una parte de uno mismo, construyendo en cada latido un solo caminar.
Por tanto, caminar es celebrar, es libertad, es la base perfecta de la santa inmensidad que solo se expande de a poco con cada paso que se da y recrea la propia existencia con cada sorbo del andar. Así que decide ya el camino que has de andar y la forma en que camines determinará tu fortaleza y santidad, pues al final lo importante no es cuánto se anduvo como tal, sino más bien cómo se anduvo y la fuerte huella que se marcó al andar.