Más de nueve mil vueltas al sol han pasado desde que en una exposición en la otrora Feria Internacional se diera a conocer públicamente por primera vez el Museo de la Palabra y la Imagen (MUPI). Son 25 años en los que como «la terquedad de izote» este espacio se ha mantenido para convertirse en «la casa de las memorias del país», como le llama su director y fundador Carlos Henríquez Consalvi. En una hora de conversación, no cabe tanta historia vivida en un cuarto de siglo, sin embargo, logramos repasar los momentos que han hecho del MUPI lo que es ahora. Carlos o Santiago, como fue bautizado durante el conflicto armado, es de palabra suelta para hablar de la labor del museo, pero si se trata de hablar de su enorme papel como pilar de esta historia es sencillo y modesto. Desde su ubicación en la colonia Esperanza, Carlos recuerda grandes momentos que son la prueba irrefutable de la sólida confianza que la sociedad le ha dado como guardián del acervo cultural en el que se fue convirtiendo poco a poco, desde el resguardo de la colección de Salarrué, fotos y archivos de Monseñor Romero, hasta manuscritos y documentos de Prudencia Ayala.
¿En qué momento de la historia surge la idea de crear un museo?
Toda esta historia del Museo de la Palabra y la Imagen inicia en medio del conflicto armado. Yo, como estudiante de Periodismo, siempre tuve una inclinación hacia el tema de la memoria como un espacio importante para extraer lecciones del pasado, pero siempre pensando en el futuro. En medio del conflicto armado y vinculado a la Radio Venceremos, participé en el rescate de elementos históricos que tenían que ver con la historia contemporánea, derechos humanos […] Me correspondió, en 1981, cubrir y hacer notas sobre la masacre del Mozote y fui una de las primeras personas que llegó al lugar de los hechos. Llegué con una cámara fotográfica y un micrófono, comencé a obtener datos sobre todo lo que significó ese episodio dramático para la historia del país. En el lugar, acompañado por periodistas y fotógrafos internacionales, recorrí las casas de las víctimas y recogí objetos, casquillos de municiones disparadas y tomé muchas fotografías. Eso mismo hicieron otros fotógrafos periodistas. Entonces, de los 11 años que me tocó estar en la montaña vinculado a la Radio Venceremos, tuve ese interés de guardar testimonios de ese momento histórico y para investigarlo posteriormente. De allí es que hay archivos documentales audiovisuales, y otro de los elementos que guardamos en esos 11 años de conflicto fueron esas grabaciones de Radio Venceremos. Estas grabaciones ya han sido digitalizadas, son centenares de horas que hoy se constituyen en una fuente historiográfica, porque allí están voces de presidentes de Estados Unidos, de Centroamérica o personajes históricos de toda esa época. Esas grabaciones han sido digitalizadas y las hemos colocado online para servicio de los periodistas, de los investigadores y público, de manera gratuita. Luego, se firman los Acuerdos de Paz y nuestra tarea en tiempos de posguerra se centró en que, estos archivos documentales que estaban diseminados por el mundo, en Nueva York, en México, en Europa, era reunirlas. Una de las tareas, cuando ya decidimos fundar un centro de documentación que sería la semilla de lo que ahora es el MUPI, fue comenzar a traer todos esos archivos documentales al país.
Entonces, justo en medio del conflicto usted ya tenía la visión de preservar lo más posible de información…
Sí, no sabía exactamente hacia dónde iba a ir, pero sí ha sido una pasión mía de estudiante de Periodismo el tema de la conservación de los archivos. Luego, avanzado el tiempo, fundamos en 1996 el MUPI. Hicimos la primera aparición pública, en junio de 1996, en La Luna con la presentación de la primera publicación del museo que fue «Luciérnagas en el Mozote». Allí contamos con la presencia de Rufina Amaya, la valiente sobreviviente que por muchos años fue la voz solitaria contraponiendo la versión oficial de que esa masacre no había ocurrido. Esa fue nuestra primera propuesta a la sociedad: el conocimiento de la verdad.
Usted estuvo 11 años en la montaña, con Radio Venceremos, luego se dan los Acuerdos de Paz, ¿qué pasó en ese momento con todo el archivo que había recogido y qué pasó de 1992 a 1996?
Sí, es un período de reunir, porque durante la guerra ya se había coleccionado la Radio Venceremos, grabaciones y mucha fotografía. Pero también Radio Venceremos se convirtió en un sistema de comunicación que publicaba libros y hacía películas. Entonces, todo eso hubo que comenzar a repatriarlo y en 1996 aparecemos públicamente con el libro que mencioné. Ya en la Feria Internacional hicimos la primera aparición pública como Museo de la Palabra y la Imagen. En un gran galerón hicimos como los primeros pasos de lo que sería el museo, esa exposición se llamó la «Huella de la Memoria», que era un recorrido desde los petrograbados que dejaron los ancestros en Güija y todo el territorio nacional. Teníamos la sala de la literatura y comenzábamos a mostrar a los escritores como Salarrúe, Claudia Lars, Roque Dalton, Pedro Geoffroy Rivas, Francisco Gavidia, entre otros, de una forma muy elemental. También presentamos en un espacio a monseñor Romero y también datos curiosos porque teníamos una reproducción de la «Cueva de las Pasiones», que es donde estuvo la Radio Venceremos y mostrábamos los transmisores, así como fotografías sobre esa parte de la historia salvadoreña. Esa fue la primera aparición con una respuesta multitudinaria porque a las ferias internacionales asistían miles de personas.
¿Pero fue suya la idea o hay un grupo que lo ideó? ¿Quién dijo «tenemos todo esto y repatriémoslo»?
Fue una iniciativa de muy pocas personas. En ese momento decidimos hacer una propuesta no partidaria independiente, como expresión de la sociedad civil. Recuerdo que hubo personas como Georgina Hernández, Edgardo Quijano, luego Claudia, Carlos, Ivone, o sea, una serie de estudiantes haciendo horas sociales y muchos de ellos aún están por nosotros. Gran parte del personal (una vez ya como museo) son estudiantes que comenzaron así y se quedaron, fundamentalmente de la UES. En ese momento, no creas que el museo estaba hasta adonde ha llegado. Quizá yo allí no tengo mucho que ver, sino que la misma sociedad nos fue indicando el camino hacia donde ir, porque empezamos a percibir una pregunta, y es que está bien que una institución conserve los archivos de las luchas sociales y la memoria histórica porque ya contábamos con imágenes de la masacre del 32, pero ¿los archivos culturales que se están perdiendo qué pasa? Y comprendimos que la sociedad nos estaba dando una señal que nos decía: «está bien conservar la memoria de las luchas sociales, pero qué de la historia cultural que refleja tanto de la identidad del pueblo».
¿Esto fue en paralelo?
Fue en paralelo y fue la sociedad la que nos fue conduciendo, no fue una brillantez personal. Entonces, comenzamos a recibir archivos tan importantes como el archivo personal de Salvador Salazar Arrué. En el 2003 recibimos este archivo que estuvo por años abandonado. Es para nosotros el archivo cultural más importante que tiene el país, nosotros conservamos los manuscritos, la correspondencia, las pinturas que hizo, los manuscritos de las novelas y de los cuentos. Tenemos una novela en inglés de Salarrué inédita, miles de documentos…
Regresando para armar bien el génesis, ¿usted solo reúne todos los archivos?
Sí, eso fue en los primeros años posteriores a 1992. Ese tiempo fue de traer archivos de México, de Nicaragua. Fue una aventura un poco en solitario en ese momento. En México, la UNAM nos entregó materiales audiovisuales. Fueron cuatro años de trabajo de hormiguita y de muy bajo perfil. En ese momento sabía que había que salvar todo y hacer un gran centro de documentación. Después es que se nos empezó a armar la idea de: «bueno, si tenemos estos documentos tan importantes hay que mostrarlos, y para eso un museo es el espacio idóneo».
¿El nombre del museo de dónde nace?
Es de esas cosas que a veces uno no encuentra los orígenes, pero sí está vinculado al hecho de que teníamos la historia del país encerrado en palabra e imagen. Palabra: las grabaciones, la voz de los poetas, y la imagen, porque bueno una parte importante de los archivos es la imagen: cine, video, fotografía.
Cuándo terminó su búsqueda, ¿cuántos archivos logró recopilar?
Miles, fueron miles. Y entonces en el 96, dimos un paso muy importante que fue abrir una campaña que se llamaba «Contra el caos de la memoria» llamando a cada quien de los salvadoreños a buscar en los gaveteros de sus casas elementos que tuvieran que ver con la memoria del país. Nuestro planteamiento era el siguiente: Estamos en una sociedad de postguerra, es una sociedad que sale de un conflicto armado con heridas y necesidades de reconstrucción de su identidad y de sus memorias y había que rescatar todo lo que nos identificara como pueblo en parte cultural. Empezamos a recibir una respuesta multitudinaria. Entonces llegó una anciana, esa fue una de las primeras donaciones, que se acercó y me dijo: «mire, fíjese que yo me iba a casar, yo tenía un novio que era fotógrafo y el muy malo me dejó vestida de blanco, pero lo único que me dejo fue esta cajita que yo vengo a donar al museo» […] Y la cajita tenía fotografías de la insurrección indígena y campesina de 1932, que ahorita la puedes ver en la primera exposición del museo. Fue un fotógrafo hondureño que estaba de paso o no sé y fotografió la insurrección indígena.
En ese momento en el que la gente empieza a reaccionar y volcar sus archivos hacia ustedes, ¿adónde estaba ubicados?
No teníamos un lugar. Lo que teníamos era un espacio como habitación, que también era como un tallercito, esto en San Antonio Abad. Allí, en el primer piso se da el comienzo de los primeros archivos y vivienda (ríe) y como no teníamos ni recursos económicos ni local dijimos: «tenemos ciertos archivos, no tenemos fondos, entonces hagamos un museo sin paredes». Esto consistía en hacer exposiciones itinerantes y llevarlas a iglesias, cantones, y así comenzamos a hacer la primera exposición sobre 1932. En ese momento, éramos cuatro personas allí estaba Ana Lilian Bello, que es antropóloga; Georgina Hernández, Edgardo Quijano, que es artista, y yo.
Cómo empezaron a recibir archivos, porque ganarse la confianza de la gente como para que el comparta sus cosas va más allá de solo pedirlo.
Ese fue el desafío, ¿cómo ganarse la confianza? y ¿cómo se ganó? Bueno, cuando nos entregaban un archivo se lo devolvíamos a las comunidades. El ejemplo de ello fue una de las primeras exposiciones que se llama «Memoria a los Izalcos», que rescataba la memoria histórica de los pueblos indígenas de El Salvador. Así, lo primero que hicimos fue rescatar un archivo fotográfico que se encontraba en Estocolmo, Suecia, que son las imágenes tomadas por Carl Hartmann, a unas indígenas en 1888, en Nahuizalco.
¿Cuándo y dónde tienen ya su primer local?
Abrimos el primer local en la calle Gabriela Mistral, en 2003. En el 96, cuando nos lanzamos no teníamos nada, teníamos presencia en el territorio, pero no local.
¿Cómo se dio el proceso de decidir lanzar en el 96?, ¿Contaban con financiamiento, con personería jurídica?
Realmente, financiamiento eran cosas muy pequeñas, algunas organizaciones internacionales nos apoyaban, no eran grandes cosas, pero sí eran significativos para nosotros. Estuvimos en la Gabriela Mistral varios años haciendo exposiciones, hasta que nos pidieron la casa. Ese fue un momento de crisis, ¿adónde nos vamos con todos estos archivos? Pero como toda crisis se convierte en oportunidad fue un momento sin mayores recursos, pero pasamos por acá y esta casa decía «se vende». No tenía las condiciones adecuadas, pero sacamos un préstamo de un banco y la hipotecamos y ya la adecuamos. Ya éramos una fundación sin fines de lucro.
¿Cómo sucedió ese evento tan maravilloso, tan privilegiado de recibir el archivo de Salarrué?
Cuando nosotros salimos, aquí [en el país] no había ni museo de antropología, porque el museo había sido destruido por el terremoto. Realmente, había una necesidad del rescate cultural que nadie estaba haciendo. Si nosotros no rescatamos el archivo de Salarrué se hubiera perdido por las polillas. El pintor Ricardo Humano logra sacarlo de la casa de Los Planes en un estado deplorable, porque el techo y la humedad del lugar, las polillas lo estaban dañando. Allí vivía Maya y antes de morir le dice que se lo lleve. Él, durante varios años, hay que reconocerlo, él salvó ese archivo, hizo una fundación, pero no tuvo mayores apoyos. Entonces, ya como nosotros teníamos la experticia de la catalogación, vio el museo como el lugar indicado y se hizo una escritura pública. Nosotros recibimos ese archivo y creo que hemos cumplido, con mucha modestia, con el propósito de resguardarlo y mostrarlo. Tanto así que la Unesco ha inscrito el archivo de Salarrué como parte de la memoria del mundo, eso es importante, que la Unesco reconozca un bien cultural como patrimonio latinoamericano.
Cuando lo reciben lo catalogan, pero ¿cómo se guarda eso?
Es una gran responsabilidad, porque tú tienes que mantener esto en condiciones de refrigeración y de humedad controlada porque hay otra parte que son los archivos de cine y de fotografía que es más delicado y que cuesta. Todos somos autodidactas. Aquí, en este país, no hay estudio de conservación audiovisual, todo lo hemos ido aprendiendo. Todos estos estudiantes de horas sociales, Letras y Antropología, empezamos a hacer que salieran a recibir talleres en el exterior. Seguimos siendo un equipo muy pequeño y haciendo de todo.
Cuando reciben el archivo de Salarrué ¿cuántas piezas fueron, es todo o todavía hay cosas dispersas?
Es un archivo muy grande, que son como 1,600 piezas de correspondencia, manuscritos, poemas. Él era un gran pintor, tenemos los óleos, dibujos y también de la familia: de Zélie y de las hijas Aída, Olga y Maya. Tenemos piezas de ellas y las estamos mostrando. Estamos tratando de mostrar las obras de las mujeres, que es una línea muy importante del museo, es la línea de género y memoria. En este país nadie conocía a Prudencia Ayala. Ella fue sepultada bajo la historia oficial. Nosotros rescatamos parte de su archivo y en este país, hace 10 años, nadie sabía quién era ella. Tú buscabas en Wikipedia y en cualquier lugar y no encontrabas nada. Hasta que el museo rescata el archivo y hace una exposición, hacemos dibujos animados sobre su vida y obra.
¿Cómo les llega el archivo de Prudencia?
En esta exposición que te cuento de la Feria internacional, habíamos puesto unas fotos de Prudencia Ayala y una frase diciendo que ella había escrito dos libros eso era todo lo que sabíamos. Y estando en esa exposición, de repente, escuchamos un grito de un anciano que dice: «miren aquí está mi mamá, mi mamá mírenla» y era el hijo de Prudencia Ayala extrañado que en una sala de la literatura nacional apareciera su madre. Ella que había sido catalogada por los periódicos como la «loca Prudencia», porque se atrevió a lanzarse a la presidencia. Entonces, a través de eso tuvimos acceso a sus manuscritos y fotografías que lo habían conservado. Empiezo a hacer una investigación y hago la biografía de Prudencia Ayala y ya hoy es un personaje conocido gracias a que la familia nos entregó esos archivos, si no se hubiera dado ese encuentro, si ese señor no hubiera visto esa foto asaber qué hubiera pasado. Ese archivo pudo haber desaparecido porque eran carpetas a las que nadie les ponía atención. Así otros personajes como Amparo Casamalhuapa… el museo ha hecho una reflexión de la historia: la hemos escrito los hombres y que hay toda una visión patriarcal y misógina sobre la mujer. Entonces, tenemos una línea muy importante. Estamos sacando de la oscuridad abmujeres que han dejado huella en el país, porque para que ustedes, mujeres, puedan tener lo que tenemos, fue gracias a que ellas abrieron el camino. Prudencia abrió camino para los derechos ciudadanos y no se le había reconocido.
¿Cuál es la reflexión que usted hace de la labor del MUPI en estos 25 años?
Yo creo que uno de los logros es haber sacado de la oscuridad elementos de la historia, de la cultura, y la memoria histórica que tienen que ver con las mujeres, con sucesos históricos, como el 32, pero que también con personajes importantes como Salarrué, Roque Dalton o el mismo monseñor Romero, de quien rescatamos su archivo personal. Eso también fue sacado de la oscuridad. Otra parte importante es el tema de memoria y derechos humanos. Desde hace varios años nos hemos preguntado y quiénes van a continuar la labor de rescate de memoria histórica, de la preservación de los archivos. Por eso, hemos hecho talleres de formación de jóvenes a través de la producción audiovisual en derechos humanos. Y frente al tema de la violencia, hemos tenido la iniciativa que se llama «Escuelas de Paz», que es un proceso de talleres que a través del arte y la cultura tratan de impulsar un proceso de prevención.
Hablamos que 25 años pasan rápido, cuando mira hacia atrás, ¿cuáles son sus pensamientos de lo logrado?
El tango lo dice: 20 años no es nada… Satisfecho de la respuesta de la sociedad que ha sido muy generosa, porque cada vez que hacemos una convocatoria responden, incluso en la pandemia lo hicimos con un archivo de la pandemia. Sin darnos cuenta hemos construido como la casa de las memorias del país y de las memorias ocultas, de las memorias que antes no se conocían, que son lo más importante y como lo que te decía de la huella de la mujer en el país, porque siempre han sido tan invisibilizadas. Estos 25 años han sido eso: construir la casa de las memorias del país.