Una mañana de principios de 2015, como lo hice todos los lunes durante 13 años, envié a «La Prensa Gráfica» («LPG») el texto de mi columna que aparecería publicada el día siguiente. En esa ocasión la había titulado «Nayib y el búmeran».
Al mediodía me llamó por teléfono don Alfonso Avelar, que era jefe de la sección editorial, y muy apenado y con mil rodeos me dijo que escribiera a vuelapluma otro texto para reemplazar al que ya había enviado.
Le pedí una explicación. «No es cosa mía, es que los editores no están de acuerdo con lo que usted plantea», me respondió. Le recordé que yo no tenía nada que ver con esos señores, y que mi trato era con el dueño del periódico, José Roberto Dutriz, sobre la base de no censura, condición que se había respetado rigurosamente hasta ese momento.
Don Alfonso dio otras mil vueltas para decirme que José Roberto Dutriz pensaba lo mismo que sus editores. «Pues igual, dígales que no enviaré otro texto», concluí. Para mi sorpresa, mi columna sí se publicó al día siguiente sin ninguna alteración. Pero fue la última.
A los pocos días me llamaron del periódico para informarme que ya no requerían mis servicios como columnista.
¿Y qué es lo que yo planteaba en aquel texto? Pues sencillamente comprobaba mediante un análisis demoscópico que Nayib Bukele, por entonces candidato a la alcaldía de San Salvador, mejoraba significativamente sus números cada vez que los ataques mediáticos y de la clase política tradicional en su contra se intensificaban.
Desde entonces, hasta ahora, pese a mi advertencia basada en la objetividad de los números, esos ataques han seguido incrementándose y el respaldo popular a Nayib Bukele ha seguido creciendo.
«LPG» había llegado a su mejor momento, en su antigua competencia con «EDH», porque David Escobar Galindo y Cecilia Gallardo de Cano, con mi colaboración, habían logrado moderar y pluralizar su política editorial, incluyendo una sustantiva ampliación y cualificación de su sección cultural.
Pero todo eso se fue al traste cuando José Roberto Dutriz decidió profundizar su guerra contra Nayib Bukele y, para ello, dejó el control del periódico en manos de un equipo.
Cuando este terminó de hundir ese periódico, a fuerza de «fake news» y de prostituir su línea editorial, lo abandonó por la puerta de atrás y fundó «El Faro» y «Factum». En síntesis, esa fue la historia.