Fidel Castro tomó el poder por las armas en Cuba, en 1959, e impuso una dictadura comunista subsidiada por la Unión Soviética. La isla se volvió entonces un foco de irradiación izquierdista hacia América Latina.
La derecha regional, apoyada por Washington, cerró filas en su contra, pero los primeros brotes guerrilleros surgieron en todo el subcontinente, y a partir de los años setenta la izquierda de la región se volcó a la lucha armada.
Entonces proliferaron los atentados y asesinatos selectivos, asaltos, secuestros y ataques a puestos policiales y militares. La respuesta represiva de los gobiernos no fue menos violenta.
Las guerrillas fueron desarticuladas o aniquiladas en varios países latinoamericanos, pero en Colombia, Perú, Nicaragua, Guatemala y El Salvador resistieron y se convirtieron en ejércitos irregulares.
En El Salvador, el ciclo del régimen militar concluyó en 1979, con un golpe de Estado que quebró la alianza entre la oligarquía y los militares. La derecha tradicional se dispersó, pero la crisis nacional ya era indetenible y, dos años después, dio paso a la guerra civil.
En ese momento de enfrentamiento a muerte la derecha y la izquierda pasaron de la dispersión a la unificación. La primera se concentró en ARENA, y la segunda constituyó el FMLN. Dos fuerzas extremas, empeñadas en la aniquilación mutua.
David Escobar Galindo, en su libro «El subsuelo de los volcanes», hace este balance de aquella fase de nuestra historia:
«Aquí se fue configurando un sistema basado en la preeminencia de la fuerza, la arbitrariedad y el abuso. Ese principio autodestructivo moldeó el esquema político e impregnó las relaciones sociales, familiares y personales, hasta hacer creer que la fuerza, convertida en violencia institucionalizada y en violencia revolucionaria, sería el motor de la salvación nacional.
»Eso nos llevó, en lo político, a un modelo hegemónico; en lo económico y social, a un modelo excluyente; en lo cultural, a un modelo de rechazo».
Y sobre la dinámica perversa de la polarización ideológica, puntualiza:
«El radicalismo de las vanguardias de derecha y de izquierda degeneró en paranoia. Después de haber transferido su potencialidad política al sector militar, a partir de la cirugía brutal de 1932, la derecha se encontró, en 1979, con que la Fuerza Armada hacía otras alianzas, como resultado de la emergencia provocada por el quiebre del modelo establecido.
»La izquierda, por el primitivismo de nuestra vida política, nació y sobrevivió en la clandestinidad y se acostumbró constitutivamente a ese estado. La guerra hizo florecer, por contrapartida macabra, los mecanismos clandestinos del poder establecido que, por su propia naturaleza excluyente y abusiva, tenía que operar desde la sombra de la crueldad impune».
Ya hacia la parte final de su libro, Escobar Galindo señala: «La historia de la derecha en el país es la saga de sus cegueras. La historia de la izquierda es la de sus alucinaciones».
Escobar Galindo es un intelectual de derecha y yo soy, por mi formación, un intelectual de izquierda, pero ambos coincidimos plenamente, y lo hemos conversado muchas veces, en que, efectivamente, ese fue el deplorable legado que nos dejó la polarización ideológica entre la derecha y la izquierda. Eso es lo que ahora ha llegado a su fin.
(Próxima entrega: El colapso comunista)