El tristemente célebre general José Alberto Medrano, que fue el líder indiscutido del nacionalismo anticomunista de la derecha salvadoreña y preceptor del mayor Roberto d’Aubuisson, inventó la siguiente consigna: «Haga patria, mate a un cura».
Para volver realidad esa consigna fundó los primeros escuadrones de la muerte, que efectivamente asesinaron a varios sacerdotes y monjas, al igual que a miles de campesinos, obreros, maestros, estudiantes y dirigentes de izquierda.
Su discípulo d’Aubuisson continuó y sofisticó esa tarea de terror hasta el extremo de organizar el asesinato de monseñor Romero en el altar mismo mientras oficiaba una misa. Años después, sus compañeros de armas perpetrarían la masacre de los padres jesuitas.
La respuesta desde el extremo opuesto no fue menos delirante en su alcance de terror sanguinario, y vino de un intelectual de izquierda y médico por añadidura paradójica: Ernesto «Che» Guevara, quien en su mensaje a la conferencia tricontinental dio la siguiente receta:
«El odio como factor de lucha, el odio intransigente al enemigo, que impulsa más allá de las limitaciones naturales del ser humano y lo convierte en una efectiva, violenta, selectiva y fría máquina de matar».
Un par de años después, otro intelectual de izquierda, salvadoreño y poeta también por añadidura paradójica, aceptaba la prescripción del Che Guevara y en su libro «Poemas clandestinos» escribía.
«Ha habido en El Salvador buenas personas dispuestas a morir por la revolución. Pero la revolución necesita personas que no solo estén dispuestas a morir, sino también a matar por ella».
En su filosofía y su doctrina, la derecha justificaba el crimen por el imperativo de defender a la patria de «la agresión comunista dirigida y financiada por Moscú». En su filosofía y su doctrina inversa, la izquierda el crimen por el imperativo de «liberar al pueblo de la dictadura financiada y dirigida por el imperialismo».
Pero ¿quién terminó en realidad siendo la víctima inocente de ese doble terror disfrazado de filosofía y doctrina y finalmente convertido en sistema? ¿Quién puso los muertos en esa guerra estéril? El pueblo.
Derecha e izquierda mataron sin compasión, pero ni defendieron a la patria ni liberaron al pueblo. Más bien fraguaron un acuerdo para amnistiarse mutuamente de sus crímenes, repartirse el poder y robar los fondos públicos con plena impunidad protegiéndose los unos a los otros.
Pero esa farsa que se volvió pesadilla por fin ha terminado de una vez y para siempre. Fue el pueblo mismo el que abrió los ojos a la verdad y sin disparar un solo tiro, con el solo poder de su voto democrático desterró de su corazón y de las instituciones a los gemelos perversos que tanto dolor y luto le provocaron.
Moraleja sencilla y directa: se puede engañar a unos por un tiempo, pero no se puede engañar a todos todo el tiempo. El hecho de que tanto ARENA como el FMLN no hayan comprendido esta realidad evidente solo agrava aún más su situación agónica.