Por: Camila Soundy / Más que rampas
Un lienzo blanco es la puerta abierta a mi imaginación y estado de paz, a veces confundo los colores cuando se parecen en sus tonalidades, pero el resultado es mejor. A través de la pintura expreso sentimientos, emociones y sensaciones, según el estado de ánimo en el que me encuentre, intento no pensar y solo imagino qué es lo que quiero ver.
En esos lienzos blancos imagino paisajes de múltiples colores, paisajes que veo con mi mente. Y con los pinceles, empiezo a hacer manchas hasta formar árboles y bosques, cascadas y mares de olas intensas, flores y celajes en colores cálidos y vibrantes.
Desde pequeña me gustaron las artes y entre todas ellas el dibujo y la pintura fueron mis favoritas. Aprendí diversas técnicas en clases de verano en el Centro Nacional de Artes (CENAR). En casa, mi abuela me pedía pintar desde piedras hasta las paredes con muchos colores. La acuarela y dibujo a lápiz con sus detalles eran desafiantes para una niña, pero me encantaba hacerlo. El yeso pastel y el acrílico me daban más libertad para crear otras cosas. Siempre fui exigente, tenía que quedar perfecto, «sin salirme de la línea», y lograr ese tono exacto de color que tenían las frutas o las flores que veía en los bodegones o en las fotografías.
Al crecer, nació en mí el amor a la fotografía, que también es otra forma de plasmar emociones, pero lo que más me gustaba era captar la belleza de la naturaleza en una mariposa apunto de echarse a volar.
Un día, estaba pintando unas uvas, cuando alguien me preguntó: «¿Por qué estás pintando las uvas cafés?». Yo repliqué que mis uvas eran moradas y fue en este momento, cuando empecé a descubrir los primeros síntomas de la baja visión.
Confundir colores y no lograr ver muchos tonos de lápices era frustrante, así como tomar fotografías borrosas creyendo que estaban enfocadas. En ese entonces, lo dejé todo, dejé la pintura, el dibujo, la fotografía y la idea de ser productora audiovisual. Al tener baja visión ya no podía hacer lo que más me apasionaba, porque todo salía mal, no era perfecto.
A pesar de sentirme frustrada, con miedo a equivocarme y hacer malas pinturas o no poder hacer detalles por la falta de nitidez en mi visión, en cuarentena del 2020, agarré un lápiz y lo intenté.





Descubrí que el lápiz y cierto tipo de acuarela ya no eran para mí, no encontraba ese estado de paz y alegría que sentía de pequeña al pintar, todo lo contrario, me estresaba. Pero una voz me dijo «no dejes de pintar», y retomé el yeso pastel y el amado acrílico con los que empecé a hacer paisajes que veía en mi mente, con colores que yo decidí que no fueran exactos y ahora pienso, si según yo estoy pintando morado y es café, ¡qué me importa!
Dejé la frustración y mi perfeccionismo atrás y comencé a plasmar lo que yo sentía y según mi estado de ánimo. Además de los pinceles, comencé a usar distintos materiales para crear texturas, fuerzas, tonos, relieves y permitirme «salirme de la línea».
Tener una discapacidad visual no impide realizar este arte, las barreras las ponemos nosotros mismos al pensar que todo acabó, al adquirir o descubrir una discapacidad. Pensar que hay personas ciegas que pintan con sus dedos según la calidez o la frescura que emana cada color, me hace pensar que soy afortunada en poder estimular mi resto visual y con fe mantener o mejorar mi visión haciendo este tipo de terapia, donde me permito relajarme, disfrutar y fortalecer mi visión.
Durante muchos años las ramas del arte han sido encabezadas por hombres. Sin embargo, en el correr del tiempo, las mujeres hemos abierto el camino al romper paradigmas y estereotipos, destacando con nuestras obras y en cada rama, por la belleza, sensibilidad, cualidades y conceptualización que impregnamos en ellas.
Destacar siendo mujer en la poesía, el cine, la fotografía, el teatro o la pintura, es todavía un reto, ser una mujer artista con discapacidad es un privilegio.
Destacar es algo inimaginable, pero ¡qué más da! Si lo que es en verdad importante ya lo alcanzamos: hacer lo que nos gusta, romper la barrera de nuestra propia mente y no permitir que nadie ni nada, en absoluto, nos haga creer que «no podemos».
¡Mujeres, somos imparables!