Por: Yanira Soundy / Caleidoscopio Cultural
Tenía unos siete años cuando me enamoré de un compañerito de mi hermano. Él cantaba y tocaba la guitarra en todos los actos del colegio, era muy educado y dulce. Pero mi hermano se encargó de alejarlo y no permitió que viniera a jugar conmigo ni que me hablara más.
¿Cómo era posible que una niña se enamorara en la primaria? Una niña debía estar lejos y callada, no involucrarse con niños. Así existían colegios para varones y colegios para señoritas.
Gracias a Dios crecí y aprendí con el tiempo, el sabor de la rebeldía y del coraje para defender mis derechos individuales, las fiestas y cómo cuidarme, el amor y hacer lo que yo pensaba que era correcto y necesario, a pesar de las consecuencias. Quizás me inspiré en Juana de Arco, gracias a la imagen tallada, que tía Josefina tenía de ella en su casa.
En mi familia casi todas las mujeres mayores fueron independientes y profesionales. Por un lado, mi abuela materna, Carlota de León viuda de Trigueros, era maestra y directora de escuela, y mi tía abuela Josefina, licenciada en idiomas, fundadora y presidenta de la Asociación de Muchachas Guías de El Salvador, la primera mujer que se atravesó nadando el lago de Ilopango. Pero en medio de todos esos logros, siempre hubo en sus vidas una cultura machista, que no les permitió pensar en ellas como mujeres, y ofrendaron sus vidas a los hijos y sobrinos, la docencia y la filantropía. Igual podría mencionarles otros ejemplos de mujeres en mi familia que se destacaron en sus carreras y en los deportes. Pero sucedió exactamente lo mismo. Esta historia en las vidas de las mujeres se repite una y otra vez, en diferentes ámbitos.
Hoy les hablaré de las mujeres en el arte y la cultura. Antiguamente, todas eran consideradas como bohemias y por esta razón muchas escribían de forma anónima o con otros nombres para no ser señaladas. Si nos acercamos a la historia de la literatura, podremos ver la cantidad de escritores hombres que existían y la poca cantidad de mujeres que publicaban sus obras.
Así, tenemos los casos de Joanna Baillie, poetisa y autora dramática inglesa, quién vivió muchos años con su madre y su hermana, y escribió dramas sobre pasiones, de forma anónima. Lord Byron sintió por ella una gran admiración y dijo que la consideraba solo «inferior a Shakespeare».
Grazia Deledda, novelista y poetisa italiana. Su primera novela «Fior de Sardegna» causó gran indignación entre sus convecinos quienes se oponían a las mujeres literatas. Sin embargo, ella perseveró y fue reconocida con fama mundial, por sus novelas extensas que fueron más de treinta. Ruth Schaumann, destacada poetisa y escultora alemana, que obtuvo su reconocimiento por escribir «Con encanto rudo y varonil».
Más adelante, Sor Juana Inés de la Cruz, religiosa jerónima y escritora novohispana, exponente del Siglo de Oro de la literatura en español. Escribió el poema satírico-filosófico conocido por las palabras de su primera línea, «Hombres necios que acusáis», en el cual nos presenta el planteamiento que los hombres ocasionan el comportamiento sexual de las mujeres el cual, después, ellos mismos censuran y atacan.
En América Latina, dos mujeres se destacaron por sus poesías cargadas de erotismo y para visibilizar a la mujer como sujeto de derechos y no como un objeto: Alfonsina Storni, en Argentina, con su poema «Tú me quieres blanca», en el que le habla al hombre que pretende la virginidad y castidad de la mujer, siendo él un estrago, cubierto de pámpanos.
Y nuestra Juana Fernández Morales, que adoptó el apellido de su marido, para la literatura como Juana de Ibarbourou. Y su poema «La hora», una poesía altamente erótica, donde habla al amante, de su deseo sexual en una juventud de corola fresca y manos ricas de nardos.
Estas mujeres abrieron paso a las nuevas escritoras y poetas que rompimos los esquemas cotidianos, para alzar la libertad de la palabra y escribir sobre la vida, el amor, el sexo, los espacios, los espejos y las máscaras, los caminos y las bardas, los suplicios y las mentiras, los golpes y las redes del agua.
Mujeres que regamos la aurora y supimos trabajar en los andamios, para construir nuestros propios mundos.
El Salvador posee una variedad de artistas, escritoras y poetas, al igual que existen profesionales, técnicas, amas de casa, deportistas y más. En este ocho de marzo, veo nuestras almas perseverantes y guerreras, mujeres convertidas en selvas húmedas y soles de trópico, playas de lunas y distancias, políticas y funcionarias, empresarias frente a las oportunidades, mujeres enamoradas, nunca más flores de cristal.
Celebramos el Día Internacional de la Mujer, nuestra participación en la sociedad y el desarrollo personal de todas en igualdad con los hombres. Lo que las redes sociales y el mundo no mencionan, es que para que exista esta igualdad de una forma real en nuestros derechos, debe existir también una equidad y los ajustes necesarios, para poder desarrollarnos de acuerdo con nuestras habilidades y capacidades personales.
Hemos avanzado, gracias a Dios, pero aún falta mucho camino por recorrer. Necesitamos aprender a no consumir la cultura machista, debemos vernos independientes y libres, como seres individuales. Y no permitir que otras personas decidan por nosotras sobre nuestras vidas. ¡Aprendamos a sembrar la tierra y recoger nuestras propias cosechas!