¿Qué hace que una persona sea libre? ¿Que un país lo sea también?
Hay varios factores para responder estas interrogantes, pero se iniciará diciendo que la libertad la da la autosostenibilidad, es decir, la toma de decisiones, y no cualquier decisión, no, saberlas tomar, tal como dirá el padre del racionalismo filosófico, el maestro René Descartes: «No es solo el “cogito”, sin el “cogitatur” no hay sentido». Esto implica que el pensar sin el objeto que se piensa carece de sentido.
Ahora bien, para que un ser humano sea libre, necesita liberación, pero no cualquier liberación, sino la interior; solo cuando la persona es capaz de romper con las murallas que se autoimpone puede liberarse de verdad y con ello soltar continuamente aquello que la ata al pasado, a lo innecesario y todo aquello que le da peso y no le permite elevarse por encima de la mediocridad y el sufrimiento, que no es más que el alargamiento psicológico del miedo que sí es natural.
Ante tal situación planteada es necesario postular un elemento más que dé pie a la comprensión de la verdadera libertad, ya que normalmente las sociedades luchan por un tipo de libertad que no dura y hacen guerras y muere gente y crean dolor terrible, y al final esa libertad y supuesta paz dura muy poco en comparación con el sacrificio realizado en vidas humanas, dinero y más. Por ello, la verdadera libertad tiene más que ver con la superación y el compromiso consigo mismo.
Lo expuesto con antelación amerita que los pueblos comiencen un camino de despertar de la conciencia que los lleve a luchar no por libertades banales, sino por liberaciones del ser, que mantiene para siempre la paz, la libertad y la dicha, aún en medio de las circunstancias adversas.
Claro, esto no siempre se comprende cuando se piensa demasiado en una formación para hacer dinero, prestigio y falsa belleza y no para hacer ciudadanos felices y dispuestos a servir y vivir en paz.
Por supuesto, si escucháramos seriamente aquella sentencia lapidaria del maestro Nikola Tesla: «El día en que la ciencia comience a estudiar los fenómenos no físicos progresará más en una década que en todos los siglos anteriores de su existencia», quizá con ello alcanzaríamos más cosas verdaderamente importantes.
Claro, para esto todo, el sistema educativo, la crianza de los padres, las enseñanzas religiosas y la educación no formal, debe ponerse al servicio de criar un ser humano dispuesto a servir, amar y lograr.
Por tanto, se debe empezar en este nuevo año a saber equilibrar los esfuerzos por la grandeza económica, social y tecnológica y al mismo tiempo hacer grandes esfuerzos por la educación valorativa, mística y espiritual, que permita ciudadanos más en paz, liberados y dispuestos a crecer hacia afuera y aún más hacia adentro.
Este ha de ser el gran esfuerzo nacional de gobernantes y gobernados, líderes de todo tipo que den el paso desinteresado hacia pueblos más honestos y agradecidos con las manifestaciones de la naturaleza.
Es así como se debe aprender a trabajar con lo que pasa y lo que se tiene, con paciencia y confianza en la vida para poder realmente pasar de una vida de supuestas casualidades a una existencia de causalidades, en la que cada acción encamine a una reacción adecuada conforme a la dignidad de la persona y, con ello, del mismo pueblo que vive.
Yo sé que todo lo expuesto parece muy ingenuo, pero no es así, solo amerita un corazón dispuesto, una mente alerta y una dignidad sustentada.
De tal forma, querido lector, que ya es tiempo de que todos comprendan que la vida solo vale la pena si es consciente y si se deja legado, ello supone la oportunidad de ser y hacer conforme a los más altos criterios de la verdad, los más altos niveles de ética y el gran deber moral de ser condenadamente libre, de forma individual y con ello, de forma colectiva.
En eso no se equivocó el maestro Jean Paul Sartre cuando expresó que «estamos condenados a la libertad». Claro, esto solo es cierto si hay una existencia volitiva, intelectiva y estimativa.
Ojalá este nuevo año sea la antesala o, como mínimo, se sienten los fundamentos de esto que no solo es un ideal, sino una necesidad menesterosa si se quiere subsistir en este mundo complejo. Solo así se alcanzará este gran ideal de ser condenadamente libres.