No hay de otra. Esta es una nueva experiencia y oportunidad para nuestro país: la continuidad de un proceso administrativo de gobierno, continuidad de proyectos ejecutivos que un pueblo aspira a que se terminen. Acciones políticas que no se podían lograr en los cambios de gobierno porque cada nuevo gobierno tenía sus propios intereses y, sin expectativas, era un albur la espera de sus resultados en un determinado tiempo; es más, siempre truncaban nuestras aspiraciones de terminarlos por razones egoístas o de competencias partidistas.
Vivíamos de esperanzas, no sabíamos que traía en las bolsas el nuevo gobernante. La historia real era que el fulano elegido nunca traía nada en las bolsas, pero a su salida se iba con las bolsas llenas y nos dejaba depauperados los recursos económicos del Estado, hundiéndonos cada vez más en la miseria.
Otra experiencia terrible de continuismo eran las dictaduras impuestas a punta de bayonetas, donde el pueblo no tenía el más mínimo poder de decisión… Mejor dicho, el pueblo no existía más que como víctima del fusilamiento: opresión total, negación total de su existencia política como ciudadanos de la república; solo sentir las peinillas doblegaba su libertad de pensamiento y sus valores humanos.
¿Diferencia fundamental? Se inicia la continuidad del proyecto político de un gobierno elegido democráticamente por el pueblo. Un pueblo que conoció por primera vez en su historia la transparencia de un gobierno realmente democrático sus proyectos y macroproyectos en beneficio de su seguridad social y personal, frente a un Estado que había sido secuestrado por la criminalidad. Un pueblo que comprueba hoy las posibilidades reales de respirar libertad de expresión e intervenir y hasta condenar las actuaciones del oficialismo cuando no responde a los intereses nacionales para lo que fue electo.
En este reciente proceso hemos comprobado aquella consigna que nos alienta a seguir teniendo fe en las convicciones políticas del pueblo, cuando participa íntegramente, sin ataduras partidistas, donde las maniobras de la demagogia se imponen y tergiversan el destino progresista, de desarrollo social que debemos proyectar en nuestro devenir histórico.
La reelección presidencial, las elecciones para la Asamblea Legislativa y las alcaldías en este año han demostrado civilismo y gran conciencia ciudadana sobre las expectativas de sus fundamentales intereses sociales: madurez política contra las antiguas manipulaciones y tendencias conspirativas de las propuestas con fines dictatoriales, que luego sumían a nuestro pueblo en la apatía y el conformismo, igual atraso y subdesarrollo, sin posibilidades de superación y modernización del Estado.
Una gran lección internacional ha dado El Salvador con estas transformaciones en los procesos políticos y la conversión de aquel país sumido en el oscurantismo a un país a la vanguardia del florecimiento desarrollista latinoamericano. Las masas populares no obedecieron el mandato de las fuerzas de opresión esta vez, sino que hilvanaron muy inteligentemente la ubicación de los factores gubernamentales y de desarrollo de manera que entre todos pudiéramos sacar adelante el país, poniendo en todas las casillas de gobernabilidad y progreso los entes con la capacidad y convencimiento cívico para resolver los problemas que nos detenían y crear nuevas correlaciones de poder entre el Estado y las comunidades, para así instrumentalizar esas nuevas políticas que nos dieran una verdadera visión de futuro.
Así, Ejecutivo presidencial, el Legislativo y la nueva organización de las comunidades en distritos y alcaldías municipales se entrelazan con una única visión de poder: mejorar, superar en todos los sentidos las condiciones humanas y sociales del pueblo salvadoreño.