Las carreras electorales por lograr la presidencia de la república desde 1992 siempre fueron comandadas por jefes de campaña que no miraban más allá de la orden de sus amos y de obtener sus propios beneficios. Bien decían que nadie peleaba la «guayaba» por gusto.
La instalación del bipartidismo entre ARENA y el FMLN siempre tuvo un denominador común: fueron marionetas movidas por las mismas manos de los poderosos, los dueños del sistema acostumbrados a aprovechar toda situación que les proporcionara más ingresos.
Ser presidente era verdaderamente ser gerente del poder económico; por eso las familias pudientes se peleaban el derecho de sentar al próximo en la silla de Gobierno. El país no importaba, la gente no importaba, solo importaban sus negocios, sus empresas. Las leyes y los decretos de sus empleados legislativos tenían ese mismo fin. Vendían todo el trabajo de diputados como «de beneficio del país», pero que realmente era en gracia a los dueños de El Salvador.
Ejemplos sobran de esta situación: millonarias evasiones, la privatización de las pensiones, la dolarización, el despilfarro de la ayuda financiera externa y donaciones, como la de Taiwán, y un ejemplo reciente: cómo se aprovecharon de la inseguridad causada por grupos criminales para obtener votos y, además, llenarse las bolsas con compañías de seguridad privadas.
Como lo he expresado en columnas anteriores, nadie se atrevía a romper ese esquema perverso y corrupto, era más fácil navegar en las migajas que lanzaba el poder fáctico propietario del sistema. ¿Y cómo hacerlo si los dos otrora grandes partidos políticos tenían el mismo patrón?
Es en ese contexto complejo, principalmente, que es admirable la irrupción de Nayib Bukele en la política salvadoreña. He acompañado a mi amigo desde que inició su lucha por ganar la alcaldía de Nuevo Cuscatlán. Acepté su llamado. Y desde entonces he sido testigo de que Nayib es un líder con convicción. Lo demostró desafiando ese sistema de los «torogoces», a pesar de su expulsión de las filas rojas.
Demostró su convicción al derrotar también a los grupos criminales y devolverle la seguridad a toda una nación. Es con esa misma convicción que ha conducido a El Salvador en tiempos anormales, en contra de situaciones internacionales adversas inesperadas, como lo fue la pandemia de COVID-19 y la crisis económica mundial generada por guerras de países productores de materia prima, de alimentos y petróleo.
Solo un líder con convicción podía mantener a flote al país y no dejarlo decaer en su economía. El Salvador sigue creciendo. Fácil es compararlo con otras naciones de la región, pero ¿quiénes de ellos han salido de la crueldad del control territorial de pandillas? Grupos que impactaron negativamente en el desarrollo de toda actividad económica, del desarrollo social. Y, por si fuera poco, enfrentar la pandemia en condiciones de salud paupérrimas que le heredaron areneros y efemelenistas, quienes, además, desde sus curules se opusieron a la compra de vacunas, la construcción del Hospital El Salvador y a aprobar préstamos para nuestros cuerpos de seguridad en su lucha contra grupos terroristas.
No hay duda de que Nayib es el líder con convicción que genera un ambiente de seguridad, certeza y alegría para todos, les guste aceptarlo o no. Estoy convencido de que los salvadoreños están confiados en que ahora su presidente logrará ese despegue económico en los cinco años próximos, ya con la solidez de la base de seguridad ciudadana.
En estas fiestas navideñas y de fin de año se nota el entusiasmo de la gente, porque es otra Navidad en total seguridad como no se vivió antes de junio de 2019. Nadie puede negar eso. Porque, sin duda, saben que tienen a un líder con convicción, que sabe tomar decisiones, que es valiente y lleva al país al éxito. Incluso lo reconocen artistas de talla mundial. Esta es hora de que los de la oposición ya eliminaron de sus «playlist» las canciones del Buki.