Cuando Nayib Bukele irrumpió en el mundo de la política, con su característico estilo de gorra hacia atrás, a la gran mayoría de los «expertos en la materia» le pareció insignificante. Al poder fáctico ni el soplido le llegó de que un líder nato estaba por desafiar su sistema.
El vuelo veloz del «cipote» fue inesperado para ellos. Se convirtió en un sismo que comenzó a sacudir los cimientos de la vida placentera de los poderosos y sus serviles institutos políticos y tanques de pensamiento. El arribo a la alcaldía de San Salvador encendió las alarmas de total peligro para el sistema maquiavélicamente hilado para la corrupción y el ladronismo.
La intención de Nayib de lanzarse al mar de orcas y tiburones para lograr la presidencia de la república —valiente a escala mayor, por cierto— provocó el infarto político de los amos y señores de «la finca» llamada El Salvador. Fue entonces que activaron a sus parásitos del partido rojo, los supuestos «antagónicos» a la derecha negrera y despreciable, aquellos que vendieron su alma desde los «acuerdos de paz de cúpulas» y comenzaron a deleitarse en los manjares del poder y el dinero del pueblo. Como resultado: la expulsión del partido.
Todo el mundo «gurú» en la política creyó que estaba presenciando el funeral del cipote soñador y opuesto. Obviamente, lo dejaron sin un vehículo «fuerte» para la candidatura, sin el andamiaje para alcanzar la dirección de país. «¡Imposible!», dijeron, pues 30 años de política corrupta de «alternancia bipartidista» a la que aún llaman «democracia» les daba la razón. ¿Quién podría atreverse por sí solo a retar su sistema que gozaba del beneplácito y protección de naciones poderosas y ONG pedigüeñas?
Lo que nunca entendieron es que Nayib no era un simple cipote sin experiencia. Nayib era y es un animal político, sin igual. Comenzaron a comprender cuando, venciendo todo obstáculo, continuó su camino a liderar la nación por medio del CD, un instituto pequeñito. Es que no era el partido político, no era un partido, siempre fue Nayib Bukele, su propio vehículo, y tal como lo repiten los directores de encuestas, no importa con qué partido se lance electoralmente, siempre gana y ganará.
La furia fue tal que el poder fáctico pasó a la etapa de esquizofrenia desorganizada. Empleó el manual de maletines, a comprar a todos lo que podía para detener a Nayib sin importarle el cómo ni consecuencias. Los mafiosos que huelen el dinero se montaron en tal empresa: magistrados «constitucionalistas» –perversos amantes del dinero—, «periodistas» (ja), ONG «defensoras de derechos» (ja), mercaderes de la fe que nunca entendieron que no se puede amar a dos señores, políticos parias, loqueros, abogánsters, desertores de la patria, aparecidos y oportunistas, entre otros.
Se atrevieron a cancelar el CD contra toda legalidad, creyeron haber ganado la última batalla. No pudieron, GANA abrió una ventana. Entonces, lanzaron a los 300 (intelectuales, empresarios, arribistas, aprovechados), subiéndose en la historia de la película «300», creyéndose directores como Zack Snyder en una batalla épica por el país, farsantes; pero fueron simples soldaditos de un poder egoísta y ladrón ya hecho trizas por el mismo pueblo. Pegaron «Ponele coco» en sus redes, para, según ellos, golpear la fortaleza de Nayib. Ilusos. Por cierto, ¿a dónde están ahora?
bNayib va a competir por segunda vez por la presidencia. Valiente, porque se somete al escrutinio del pueblo. Es un animal político, un caudillo de la verdad y responsabilidad por su pueblo. Cobardes los que intentaron detenerlo con leguleyadas, con bufetes de payasos.
¿Qué lleva en su bolsa? Romper el sistema corrupto de ARENA, FMLN y Rodolfo Párker; derrotar a los criminales pandilleros protegidos y financiados por esos partidos rastreros –para el pueblo, lo imposible, pero lo logró—; salvaguardar la vida de cada salvadoreño durante la pandemia; sustentar con medidas económicas el bolsillo de las familias salvadoreñas; ampliar el internet al dominio de los estudiantes y proveerles de herramientas como laptops y tabletas; hacer del turismo la panacea mundial y de torneos globales; atraer gigantes como Google y que inversionistas inviten al mundo a ser parte de la nueva historia de El Salvador, de su desarrollo económico y social, en total libertad financiera y de movilidad; entre otras muchas cosas.
Y qué tal les parece ¡500 días sin homicidios! con el presidente Bukele. Voy a refrescarles la memoria: cinco años del mayor ladrón de la historia salvadoreña, Funes: un día sin homicidios (semejante «tregüero» asesino del pueblo); cinco años de Sánchez Cerén: cero días sin homicidios.
La historia que quisieron recrear con los 300 y «Ponele coco» para recuperar el poder para los fácticos, fracasó. El pueblo ganó la última batalla.
Que Dios siga bendiciendo a nuestra nación.