«De todas las lesiones de la cavidad bucal, los sitios con mayor afectación fueron la lengua, los labios y el paladar o cielo de la boca»
«De todas las lesiones de la cavidad bucal, los sitios con mayor afectación fueron la lengua, los labios y el paladar o cielo de la boca»
«De todas las lesiones de la cavidad bucal, los sitios con mayor afectación fueron la lengua, los labios y el paladar o cielo de la boca»
Suele decirse «cada cabeza es un mundo», pero poco se reflexiona en qué queremos decir con esto, lo limitamos a una expresión simplificada respecto a la peculiaridad del punto de vista de cada persona y por supuesto que el dicho popular tiene esa intención.
Pero si reflexionamos y profundizamos más, los conceptos de mundo y conciencia están íntimamente ligados, es decir, cuando una persona adquiere conciencia de sí misma en su más temprana infancia, cuando el bebé humano es capaz de reconocer que su madre y su entorno son otros que no son él y que él está separado del mundo, surge la idea primaria e intuitiva del yo como un ser único, libre e independiente.
Con el ser libre autoconsciente surge simultáneamente un mundo entero, de la nada, la única creación de la nada verdaderamente pensable. Este niño comenzará, a partir de ese momento, la construcción de significados e interpretaciones que darán sentido a ese mundo, a esa realidad que ha creado al tener conciencia de sí mismo.
Debemos entender que el mundo no es únicamente la colección de todas las cosas, el compendio de todo lo que existe o la suma completa de todo cuanto hay en él.
El mundo es una colección de hechos, y los hechos son cosas colocadas en una determinada relación y que pueden expresarse en sentencias simples.
Entonces, a nivel cognitivo, entre nosotros y el mundo está el lenguaje, esa codificación del pensamiento sin la cual no podríamos ser humanos.
El ser humano ha desarrollado muchas formas de lenguaje y existen conceptos tan abstractos que no pueden ser expresados necesariamente con palabras, y es donde lenguajes como la matemática o la música tienen lugar.
Sin embargo, por enfoque, en esta columna me referiré específicamente al lenguaje expresado en palabras. Me basaré en fundamentos de filosofía del lenguaje derivados del «Tractatus logico-Philosophicus», de Ludwig Wittgenstein, filósofo de la escuela de Viena.
Continuando, el lenguaje es isomórfico con el mundo, es decir, se corresponde con el mundo, pues lo refleja en el modo en que se percibe. Mundo y lenguaje son dos cosas que suelen estar coordinados. De hecho, creemos que aquello que podemos expresar con palabras tiene una contraparte real.
En efecto, muchas cosas que creemos saber del mundo son en realidad lenguaje: conceptos, tanto concretos como abstractos. Así, el lenguaje nos permite, además de describir el mundo que observamos, proyectar cosas que aún no conocemos o no hacemos, es decir, nos permite construir realidades futuras y desde luego analizar las pasadas.
Recordemos que, a la narración de hechos anteriores, a nuestros recuerdos y las historias que nos contamos de nosotros mismos los llamamos pasado, y a nuestras expectativas, sueños y proyectos los llamamos futuro. El lenguaje nos permite también crear el mundo futuro.
La pretensión debe ser lograr un lenguaje lo más exacto posible para evitar, todo lo que nos sea posible, las ambigüedades y poder construir con ello un mundo donde no confundamos conceptos como que un hecho sea común con que sea normal, o que confundamos que democracia y república representativa son sinónimos.
El castellano —nuestra herramienta para construir el mundo de nuestra mente— posee más de 93,000 palabras. Pero según estadísticas de hace unos pocos años, en Hispanoamérica nos desenvolvemos con aproximadamente 300 a 350 palabras en promedio, números que estoy seguro deben ser muy parecidos en nuestro país.
Esto indica que limitamos nuestro mundo a poco más de 300 conceptos sin contar el uso común de palabras comodín, tan frecuentes en El Salvador y que por definición implican ambigüedad.
Esta mutilación del lenguaje, que es usualmente involuntaria y producto de un sistema educativo deficiente, limita el correcto entendimiento de lo que nos rodea, de lo que somos y de lo que podemos llegar a ser. Afecta incluso nuestra salud emocional, pues, si no podemos definir con claridad qué sentimos o qué pensamos, poco podremos escapar de sensaciones de angustia, frustración o impotencia.
Lo grave y triste es cuando voluntariamente nos negamos a enriquecer nuestro propio mundo y cuando no ayudamos a que otros enriquezcan el suyo también.
La humanidad se ha hecho a sí misma, culturalmente hablando, al usar el lenguaje, a través del lenguaje; de igual manera, como país también nos hemos ido construyendo lingüísticamente como un pueblo que sabe de sí mismo, que es capaz de pensarse y saber que ha vivido; capaz de darle sentido a esa historia; capaz también de entender que no somos un volado y que no basta un coso para quitarnos el sabor tetelque de nuestra historia reciente.
En realidad, debemos trabajar en la capacidad ya mencionada de poder pensarnos a nosotros mismos y repensarnos para construir un concepto propio de pueblo, más profundo, más preciso en nuestras aspiraciones y escapar de ambigüedades que confundan la búsqueda de la dignidad con el orgullo o la soberbia, el miedo con el respeto, la venganza con la justicia o la malicia con la inteligencia.
Enriquecer la precisión del lenguaje nos permitirá dejar de darle connotación negativa a palabras que solo describen relaciones de hechos, como oligarquía o pueblo, que no son palabras que tengan contexto moral por sí mismas, pero que solemos atribuirles categorías morales según convenga a propósitos usualmente ideológicos y con graves consecuencias históricas para todos.
El lenguaje forma parte de nuestra alma, entendiendo el alma como el conjunto completo de significados, con el cual nos dirigimos al mundo e interactuamos con él.
El alma de nuestro país se construye con nuestros discursos: el colectivo, pero también con el individual, que lo precede; con las historias que nos contamos acerca de nosotros mismos y con cómo transformamos esos discursos en acciones.
El mundo que estamos creando, y sobre todo el alma de El Salvador que estamos construyendo, ¿proyecta un futuro glorioso o sigue limitándose a menos del uno por ciento de las posibilidades que tenemos?