Los salvadoreños que emigraron del país, ya sea para huir del conflicto armado en la década de los ochenta del siglo pasado o, años después, de la violencia criminal y de la miseria que crearon los gobiernos de ARENA y del FMLN, nunca se olvidaron de sus raíces y de los que habían dejado en sus pueblos. Se mantuvieron pendientes de ellos, de sus padres y de sus hijos, y gracias a su trabajo las remesas fueron el sustento de sus familias.
El esfuerzo de los salvadoreños en Estados Unidos ayudó a jóvenes en El Salvador a terminar sus estudios, a garantizarles techo y alimentación, y, en general, a dinamizar la economía nacional, golpeada por el desmontaje del aparato productivo durante el conflicto y, posteriormente, por las voraces reformas neoliberales implementadas por ARENA y conservadas por sus socios efemelenistas.
El costo de mantener a sus familias fue la distancia no solo física, sino también emocional de sus seres queridos. Muchos niños crecieron sin sus padres y muchos ancianos no tuvieron a sus hijos por décadas, solo recibían llamadas para avisarles que la remesa ya estaba depositada. Y la sociedad, sobre todo durante los gobiernos anteriores, se dedicó a considerar a los salvadoreños en el exterior como una simple variable económica, en su afán por justificar «los beneficios» que obtiene la sociedad al expulsar a sus ciudadanos hacia economías más prósperas.
Los gobiernos de ARENA y del FMLN nunca quisieron reconocer el valor integral de los salvadoreños radicados en el exterior garantizándoles el pleno goce de sus derechos políticos y ciudadanos. Ha sido necesario romper el bipartidismo y la alianza perversa entre los antiguos adversarios del conflicto para empezar a hacer justicia con este importante segmento de la población.
El Gobierno del presidente Nayib Bukele ha enviado a la Asamblea el proyecto de ley para garantizar el ejercicio del sufragio a los salvadoreños residentes en el extranjero, un derecho que tenían vedado. La mezquindad de los políticos viejos ha sido tal que incluso reclaman porque los salvadoreños en el extranjero —sí, ciudadanos de este país, pero que viven en otro— pueden activar su billetera Chivo y obtener los $30 de bienvenida otorgados por el Gobierno para la implementación del bitcóin.
Como sociedad estamos en deuda con esos hombres y mujeres que permanecieron apoyando a sus familias a pesar de la distancia, de lo matador de las jornadas y del peso de vivir en una nación con cultura diferente. El voto en el exterior es apenas un paso, pero, eso sí, en la dirección correcta para corregir el abandono de una parte vital del pueblo salvadoreño.