¿Cuánto cuesta la vida de un salvadoreño? Una pregunta que debería tener una sola respuesta, pero lastimosamente no es así. Todo depende de a quién se le haga.
Tanto en la guerra civil como después de su fin, la vida de la población estuvo entre la desidia de gobiernos y los negociantes de sangre.
A la derecha y a la izquierda nunca les preocupó en realidad que muriera tanta gente inocente en los más de 12 años de conflicto armado. ¿Qué significaron los más de 72,000 asesinados y miles de desaparecidos? Para ARENA y el FMLN nada. Lo único que buscaron fueron los millones de dólares que provenían del extranjero para mantener el apéndice de una guerra que no era nuestra y otros, la oportunidad de salir de los tatús y abrazar la vida llena de lujos y placeres, al fiel estilo del sistema que tanto criticaron y contra el cual decían luchar. Farsantes.
¿Cuánto cuesta la vida de un salvadoreño para tricolores, rojos y «parkeristas»? Ni un centavo. No lo digo solo yo, lo grita el sistema que establecieron después de terminar la guerra. Ese que nunca atendió la posguerra, que dejó a su suerte a los miles de combatientes de ambos bandos, que siguió dándole la espalda a los millones de salvadoreños en seguridad, educación, salud, empleo; ese sistema que permitió la formación y el desarrollo de las maras y las pandillas, que les entregó millones de dólares para armarse hasta los dientes sin importarles que lo usarían para seguir asesinando, desapareciendo, secuestrando y extorsionando, metiendo zozobra a comunidades y colonias enteras a lo largo y ancho del país.
El descaro público fue de un expresidente rojo que dijo «que de algo tenían que vivir» los criminales, autorizando la extorsión. ¿Y qué de todo un pueblo que ha luchado para llevar el sustento a su hogar? Para el ladrón prófugo no significa nada ni para su partido. Al contrario, no solo protegieron a los delincuentes, sino también les enviaban miles de dólares mensuales y celulares y chips que les servían para dar órdenes delictivas desde los centros penales, lugares que les acomodaron como sitios del «buen vivir» con fiestas y placeres.
Areneros y frentudos sometieron al país a ese sistema asesino de salvadoreños. Ganaron millones de dólares con sus empresas de seguridad y la venta de armas. Dinero maldito. De nuevo, ¿cuánto cuesta la vida de los salvadoreños para estos asesinos? Menos que nada.
Ahora se entiende por qué lucharon desde un principio contra el Plan Control Territorial (PCT) que ordenó el presidente Nayib Bukele y usaron como trinchera la casa del pueblo —la Asamblea Legislativa que secuestraron con Párker y Ponce— para oponerse a dignificar a los policías y al ejército, a dotarlos de armas y equipo necesario para defender a toda una nación. Ahora se entiende por qué gritan con desesperación en contra del complemento de ese plan, el régimen de excepción, con el que se ha capturado, procesado y judicializado con el tiempo suficiente a la gran mayoría de los criminales capturados.
Usan a todos los mercaderes posibles, de todos los sectores, para elevar a la máxima potencia el bullicio, pero con un mismo discurso de desinformación que replican donde les ponen atención, dentro y fuera del territorio.
¿Qué tienen en común las voces opositoras al régimen de excepción y al PCT? El mismo mensaje de esos que elabora la mesa de conspiración y que lo único que buscan es volver a instaurar el sistema corrupto, nefasto y asesino del pueblo en manos del bipartidismo. ¡Cuánto dinero despilfarrado en manos de plumíferos y ONG fachadas que se ponen el manto de sociedad civil y que a todas luces son activistas políticos!
El mensaje construido sirve simple y sencillamente a los que «matan con la pluma» para intentar cubrir sus ilegalidades, falsedades e incluso su complacencia y complicidad en crímenes atroces, los cuales arropan como investigaciones y se autodenominan «etnógrafos». Puros cobardes, apologistas.
Lo que buscan es «asilo» por situaciones de paranoias de persecución. Pobre aquel que dijo que solo los estúpidos le creen al presidente Bukele y a su Gobierno. Ese que tiene cuentas pendientes por hacer negocios con mafias, narcotraficantes, y que le sirvió como fiel arlequín al prófugo hasta consiguiéndole caballos. Y qué decir de aquel que fue testigo y cómplice de varios crímenes, como la quema de un microbús en el que calcinaron a 17 salvadoreños, y usó el dolor para monetizar sus libros.