Desde que nací hasta que tuve 15 años jamás vi ganar un campeonato al FAS. Por eso cuando llegaron los argentinos Manolo Jovino Álvarez, Alcides Pichoni, Amado Abraham y, sobre todo, Roberto «el Avión» Casadei a unirse al Machete Recinos, el Conejo Valdez, Rodríguez Bou, David «el Príncipe» Cabrera, Piscuchita Acevedo, Niky Chávez, Manga Chavarría, Tajaniche Erazo… bueno, hasta el loco de Pedro Silva, surgió una dinastía que ha sido considerada como el mejor FAS de todos los tiempos. Hasta ahí vi triunfar al FAS y recorrer en algarabía todas las calles de la avenida Independencia como jamás se ha visto en la historia santaneca.
A esos nombres después de la sequía que duró de 1964 al 1978, se incorporó Jorge «Mágico» González. Y todavía hay quienes se preguntan por qué tanto fanatismo. He ahí la respuesta. O sea, el Paleta Erazo, Tigana Meléndez, Palacios Lozano o el gordolfo Zelaya, con el permiso de Chamba Mariona, Cascarita Tapia y el Chele Sepúlveda, o sea.
¿Entro con usted?
Eran tardes en las que caminábamos con mi hermano a pata desde San Lorenzo hasta el Quiteño, con la esperanza de que al llegar alguien de los mayores que hacían fila para entrar al estadio fuera solidario con nosotros para que, por nuestra edad y estatura, nos metiera de choto aparentando ser nosotros sus hijos… «Entro con usted y le llevo la bolsita» era el santo y seña para que nos dejaran entrar. Sabíamos que más de una buena alma de la familia fasista se haría cargo y nos daría la bolsa llena de serrín que servía para sentarse en las gradas para no sufrir los estragos del sol y terminar con mal de orín. Para nosotros era un alivio expulsado en un gran suspiro escuchar el sí. Al llegar a la puerta de la entrada del estadio, como respuesta a la pregunta inquisidora del boletero «¿y este cipote viene con usted?», y aún más felices cuando era reforzada con un «claro, es mi hijo» y después de varios segundos de zozobra nos dejaban pasar.
La odisea era meternos a sombra de puro fai. Ya una vez adentro se terminaba la relación «paternal» de quien nos metía y salíamos corriendo a buscar dónde sentarnos. Yo siempre de metido me acercaba a los camerinos para ser de los primeros en ver la alineación que pegaban con tirro justo en la entrada de calentamiento de cada equipo, incluso me le adelantaba a la KL en esta primicia. Si tenías suerte, podías fisgonear por las bisagras de las puertas a los jugadores acostados en camas de masajes y ver a los kinesiólogos taleguiar las piernas de los jugadores a puro ungüento que era tan penetrante que hasta el día de hoy puedo cerrar los ojos, evocar esas escenas y sentir ese olor mentolado tan penetrante. Lo ahuevado fue cuando ya ni la edad ni la estatura nos daba con mi hermano para seguir haciendo el melodrama y en la entrada sufríamos la vergonzosa respuesta «estos cipotes ya pagan», ni modo, ahuevados nos íbamos a sol a meternos clandestinamente por hoyos o en las trifulcas que se armaban en la entrada.
El Avión Casadei
Antes de que llegara el Mágico al Quiteño, el amo y señor del «show» era ese argentino que quién sabe cómo fue a para a Santa Ana. Eran tiempos en los que Argentina salía campeón mundial y por alguna razón a don Armando Monedero (no Manzanero) se le dio por contratar solo a argentinos. El Águila en ese entonces, no sé si por llevar la contraria, se decantaba por brasileños, y el Alianza, por los uruguayos. Los argentinos paseaban por las calles cerca a la catedral con las típicas chancletas de playa, chorcitos ajustados, melena hasta los hombros. Pichioni era muy reconocido por su nariz grecorromana, Manolo Álvarez más maruchito y el Avión Casadei era el «gigoló».
Por eso, cuándo a la hora de que los equipos entraban al engramillado, el corazón se detenía por microsegundos, y cuándo aparecía esa legión de héroes blaugranas nada en el mundo me importaba tanto como ver a Pichioni parar al Pelé Zapata, que Manolo Álvarez le pasara adelantado el balón al Avión Casadei para que este, con un toque de elegancia, paralizara todo el estadio y anotara ese bendito gol como Kempes contra Holanda.
¿Alianza o Águila?
Debo admitir que de cipote llegué a odiar tanto al Águila como a la Guardia Nacional. Al Alianza no tanto como a los migueleños, porque en ese entonces la rivalidad no era con los albos, van a disculpar, va, sino con los que tenían en el pecho el gran rótulo en su uniforme de Lifebuoy o Sanyo. Sí que me temblaban las patas cuando aparecía el Cisco Díaz, Peche de Mono González, J. J. Polío, Rugamas, Félix Pineda, Díaz Luco. Me calmaba ya cuando irrumpían en el firmamento las melenas del Mago y Casadei.
El Mágico en Santa Ana
Si los argentinos impusieron respeto y nos hicieron ganar después de casi 15 años el campeonato, la llegada del Mago (Mágico allá, pero aquí fue el Mago) nos devolvió la alegría y el orgullo de decir a los cuatro vientos «el Mago se vino pa Santa Ana». Todo cambió: el FAS dejó de ser el hazmerreír de los tres grandes del fútbol nacional y de ahí para acá ya todo es conocido. El Mago se fue a España para convertirse en Mágico.
FAS vrs. Alianza
Hoy se juega una final más. No voy a repetir el cliché cursi de «todo tiempo pasado fue mejor» porque creo que cada generación tiene lo suyo con sus héroes, triunfos y frustraciones. Son iguales. Porque así como a mí me tocó disfrutar de esas asoleadas en el Quiteño, también a Diego, Imanol no tanto, le tocó ilusionarse con el FAS de la Chochera Castillo, con Pacheco, Bentos y Reyes como baluartes del equipo. Y como cosas del destino, desde entonces han pasado ya casi 12 años que el FAS no ha vuelto a ser campeón, casi como los que a mí me tocó sufrir en mi infancia.
Hoy el Alianza es el todopoderoso, el de los recursos financieros y mediáticos, pero esta tarde en el Cusca estoy seguro de que mi Fasito volverá a rugir cual tigre reprimido por tantas frustraciones y le llevará a mi Santa Ana la algarabía que yo sentí, subido en un poste del parque frente a la catedral, al ver marchar por primera vez a esa legión de jugadores que nos devolvieron el sabor de la victoria.
Vamos FAS, tu puedes.