Partimos de que la organización de las comunidades será clave para la acertada y eficiente gestión municipal. La nueva administración municipal, al contrario de la gestión tradicional de las viejas estructuras político-partidarias de antaño, debe sostenerse en la organización comunitaria y no considerar esta como un riesgo. Cada distrito, para que funcione adecuadamente, debe tener en la organización comunitaria un aliado confiable que le provea información veraz para la identificación, priorización y ejecución de los proyectos municipales, que dé seguimiento a su desarrollo y que vele por el adecuado uso de los recursos públicos.
La organización comunitaria puede realizar el trabajo que antes se asignaba a promotores, concejales o asesores. Por supuesto que la acomodación de esta nueva forma de operar requiere de visión a largo plazo, tolerancia y sabiduría para aglutinar y acoplar la representación de los sectores o segmentos sociales de la comunidad en una organización democrática y representativa. Es la hora de liberar la energía que yace en las comunidades, no reprimirlas; permitirles ser y trascender.
Este proceso es permanente, por cuanto la renovación y formación de líderes es constante, para evitar nepotismo y estructuras endémicas de poder. Cabe la educación cívica; es decir, brindar al ciudadano los conocimientos necesarios de cómo funciona el Estado, el Gobierno y sus dependencias, así como los derechos y las obligaciones que a cada uno le corresponden. En ese contexto, son pocos los ciudadanos que conocen sobre la función de los ministerios y las autónomas del Gobierno Central y los gobiernos municipales, los servicios que prestan y cómo acudir adecuadamente y resolver ante una situación con base en lo que la ley establece.
Un aspecto que descubrí en mi trabajo comunitario es que la mejor respuesta para resolver un problema está en la misma comunidad. Ellos tienen las mejores alternativas de solución. Por eso son importantes nuevos criterios para identificar a líderes y los elementos básicos en su formación, más que el clientelismo político. Si bien es previsible que en las primeras acciones de organización se encuentren con la apatía y disponibilidad de la comunidad, el hacer las cosas en forma transparente y eficaz devolverá la confianza perdida.
Con estos grupos de trabajo podemos priorizar los problemas de la comunidad y establecer planes. A la hora de ejecución, ellos podrán llevar de manera expedita un control sobre las obras o los servicios que la administración municipal asigne en aldeas, caseríos y cantones de los nuevos distritos, que tendrán allí un ejército de colaboradores que impulsen su propio desarrollo.
Líderes y lideresas que sepan fundamentar y expresar adecuadamente las necesidades de su entorno, fuera de palabrería vana o artificios y engaños tan burdamente usados en estas décadas anteriores. Podríamos llamarle alfabetización política funcional, que enseña cómo funciona el mundo en el siglo XXI. En otras palabras, una buena dosis de realidad.
El otro elemento que considero necesario es la espiritualidad, no como sinónimo de religión, sino como el conocimiento y la práctica de los más altos valores del espíritu humano. La solidaridad, comprensión, la honestidad, la fidelidad, el respeto, la comprensión, el bien común que priva sobre el bien individual. Digamos que es el desarrollo de la conciencia o capacidad de reconocerse a sí mismo y a su entorno como parte del proceso evolutivo de la sociedad en la que vivimos. ¿Qué logramos con esto? Pues anular las prácticas inmemoriales del amiguismo, la corrupción en todas sus facetas, de manera que la convivencia armónica sea el fundamento de una comunidad más unida, empujando en dirección al desarrollo.
Motivo a los aspirantes a la nueva administración municipal discurrir sobre los aspectos apuntados en previsión a su gestión político-administrativa.