Así como los astronautas del Apolo 11, Neil Armstrong y Buzz Aldrin, llegaron a la Luna hace 52 años y plantaron una bandera de Estados Unidos que se ha convertido en todo un símbolo en el territorio extranjero, la mayoría de las comunidades migrantes se apropian de una fecha del calendario para colocar la bandera de sus orígenes y celebrar su identidad en el territorio continental estadounidense, para mantener unida a su comunidad y mostrar con orgullo sus valores y tradiciones.
Los puertorriqueños tienen su desfile del orgullo, que lo celebran el segundo domingo de junio desde los años cincuenta.
Los isleños comenzaron celebrándolo en la parte de Manhattan bautizada como El Barrio (Spanish Harlem) pero que con el tiempo fue apoderándose de la famosa 5th Avenue.
Los dominicanos, al igual que los boricuas, también celebran su día en el alto Manhattan, donde se concentra la mayoría de su población migrante, con el desfile del Día Dominicano el segundo domingo de agosto, desde 1982.
El Día del Orgullo Mexicano se celebra en la Unión Americana cada 5 de mayo. A diferencia de México, donde esta celebración pasa casi desapercibida y solo es motivo comercial en bares del D. F., en Estados Unidos es casi una celebración nacional, no solo porque los mexicanos están en casi todos lados del país y la festejan a lo grande, sino porque ha sido muy bien utilizada comercialmente por los gringos, donde el guacamole es el platillo con más demanda en esos días.
Aunque los historiadores no se ponen de acuerdo desde cuándo se celebra, se estima que inició en los sesenta, cuando el Chicano Power tomó mayor relevancia.
Los italianos tienen su Fiesta de San Genaro en la pequeña Italia (Manhattan), la cual dura 11 días. La celebran a partir del segundo jueves de septiembre, desde 1926.
Y así, los judíos tienen su famosa celebración de la Pascua en marzo; los chinos reciben el año nuevo en enero en todos los chinatown; los cubanos, en marzo, con su festival de la calle 8 en Miami; y el Día de San Patricio de los irlandeses.
Varios guanacos, como yo, aprovechábamos colarnos en más de alguna de esas fiestas, con ese sentimiento de añoranza de que como salvadoreños deberíamos tener también nuestro día, deseo que fue concretado por Salvador Gómez, conocido como Salgogo, quien junto con su entonces organización comunitaria, SANA, se puso como meta que la ciudad de Los Ángeles reconociera el 6 de agosto como el Día del Salvadoreño.
Suena fácil, pero no lo fue. Aunque Salgogo lo resume así: «Yo sabía que para lograr introducir una moción a la ciudad como la que queríamos nosotros teníamos que contar con el apoyo de algún concejal de la ciudad, así fue que nos acercamos al concejal Nick Pacheco.
No nos costó mucho convencerlo, porque ya la presencia de los salvadoreños y nuestro aporte a la cultura y la economía de esta ciudad eran obvios, y era lo políticamente correcto.
Nick Pacheco convenció a los demás concejales y la proclama fue finalmente firmada por el entonces alcalde angelino Richard Riordan».
Ya para 2000 los salvadoreños éramos parte del votante latino, lejos quedaban aquellos pequeños «comedores» como El Molcajete, El Pulgarcito, El Atlacatl o minisupermercados como El Liborio y El Tigre.
Ya estábamos metidos en política, CARECEN, El Rescate y Clínica Monseñor Romero formaban parte de la red de asistencia médica y de asesoría migratoria para latinos.
Los salvadoreños teníamos trabajos en fundaciones importantes, como SALEF, de Carlos Vaquerano; éramos propietarios de negocios no solo de comida o jardinería. Nuestros hijos estudiaban en las universidades más prestigiosas y teníamos maestros en el sistema educativo desde primaria hasta la universidad; muchos trabajábamos como reporteros o periodistas en medios como «La Opinión», Univision, sonidistas en Hollywood, abogados, políticos, carpinteros, constructores.
Es decir, ya éramos parte intrínseca de la sociedad norteamericana, así que reconocer el 6 de agosto era reconocer oficialmente nuestro aporte, que justamente lo merecíamos y nos lo habíamos ganado con sangre, sudor y lágrimas. Habíamos llegado para quedarnos.
Pero Chamba Gómez no se conformó solo con eso, había que trascender al Estado y de ahí al Congreso para que fuésemos reconocidos en todo el país. Y por eso creo que la acción que terminó de convencer y tuvo un efecto mediático sin precedentes fue la que Salgogo y su equipo hicieron en 2000: se inventaron, con la complicidad de las iglesias católica y anglicana del obispo Martín Barahona, hacer una peregrinación a la que le llamaron Camino y Esperanza del Emigrante.
Esta procesión consistió en hacer el recorrido con una imagen similar a la del Salvador del Mundo, con la bendición del entonces arzobispo Fernando Sáenz Lacalle, que partió desde la Catedral Metropolitana hacia Los Ángeles.
Este Cristo cruzó «mojado» las tres fronteras, al estilo de Los Tigres del Norte, El Salvador, Guatemala, México hasta Estados Unidos. Cuando el Cristo llegó al este de Los Ángeles fue recibido con algarabía. En 2001, Salgogo resumía que el Día del Salvadoreño fue oficializado en el condado de Los Ángeles, moción introducida por la supervisora Ivonne B. Burke.
En 2002 fue oficializado en el estado de California, moción introducida por el asambleísta Gil Cedillo. Ese mismo año se le pidió al honorable Michael Honda, congresista del Distrito 15 de California, que introdujera un récord congregacional al Congreso de EE. UU., en la búsqueda de oficializar al 6 de agosto como el Día del Salvadoreño en todo Estados Unidos.
Quedó plasmado para la historia el 26 de julio de 2002, el primer récord congregacional en la búsqueda de un reconocimiento a escala federal. Finalmente, el 18 de julio de 2006, el Congreso de Estados Unidos, en la resolución H. R. 721, introducida por la congresista Hilda Solís, reconoció el 6 de agosto como el Día del Salvadoreño a escala federal.
Y así fue el comienzo de la historia. Ahora, el 6 de agosto se celebra en varios puntos de Estados Unidos el Día del Salvadoreño. Salvador Sanabria y El Rescate siguen con mucha mayor fuerza impulsando la feria agostina en el MacArthur Park, quizá la más antigua de todas, en Virginia, Nueva York, Boston, Washington, San Francisco y Houston. Yo lo celebraré aquí, en San José Villanueva, y Salvador Gómez Góchez de seguro andará por alguna de esas ciudades gringas que hoy se convierten en guanacas, siempre levantando el pecho y proclamando: «El día en que el Congreso de Estados Unidos aprobó oficialmente a nivel federal el 6 de agosto como el Día del Salvadoreño sentí que comencé a vivir con dignidad en esta gran nación».