El duelo es un término que se emplea cuando una persona o un grupo de personas experimentan la muerte de un miembro de la familia o de alguien a quien se le considera emocionalmente muy cercano. Por eso «estar de duelo» significa que alguien muy querido ha muerto. Pero también se puede tener ese duelo cuando se ha experimentado otro tipo de pérdida; por ejemplo, el despido injusto, la ruptura sentimental, los bienes perdidos por un desastre natural, la muerte de una mascota, etcétera.
El elemento fundamental para experimentar el duelo es que haya una fuerte conexión psicológica con lo perdido, es decir que ese alguien o ese objeto o esa mascota o ese lugar sean significativamente importantes para la persona que experimenta la pérdida.
Aunque el término duelo indica dolor, «estar de duelo» es mucho más que eso. El duelo implica un profundo sentimiento de pérdida y con ello una sensación de desamparo. En este sentido la persona doliente experimenta una confusión respecto a su futuro inmediato y una pérdida de la claridad de su actuar en el presente. Posiblemente la mejor manera de describir esto es que el doliente se siente como «aplastado» por la pérdida y todo lo que ello implica.
Cuando alguien querido, amado, sufre una enfermedad prolongada, como por ejemplo el cáncer, parece que en el proceso del duelo hay alguna modificación. Hay tiempo suficiente para, de alguna manera, prepararse para el momento de la muerte y así manejar mejor la pérdida, aunque siga siendo dolorosa. Pero no sucede esto cuando la pérdida ocurre sin previo aviso o con muy poco tiempo. Un infarto, un derrame cerebral, la muerte por coronavirus, no da tiempo para asimilar la idea de la muerte inminente.
La cosa se vuelve más complicada cuando es más de una persona amada la que muere en un tiempo muy corto, como sucede en una guerra, o en una pandemia. Y es peor cuando no hay oportunidad para la despedida de la persona amada. Hay un vacío emocional en el doliente que puede complicarse y generar comportamientos más graves, como una depresión severa, acompañada de una sensación de inutilidad generalizada por no haber podido hacer lo necesario para garantizar la vida de la o las personas amadas que han muerto.
Una de las experiencias más traumáticas que ha tocado vivir este año es que muchas familias no tuvieron la oportunidad de despedirse de sus muertos. No hubo tiempo para llorarlos y para tomar sus manos sin vida para expresar el dolor de su pérdida. No hubo tiempo para las últimas palabras, para las últimas expresiones de amor. No hubo oportunidad para nada de eso.
Muchas personas, apenas estaban procesando la muerte de uno de sus familiares cuando ya había que lidiar con otra pérdida, con otra muerte. En ocasiones, además de la muerte, el cierre de fuentes de trabajo o el despido laboral; además los desastres naturales que también golpearon.
Es sumamente importante la despedida de la persona amada que ya ha muerto. Para eso sirve el velorio y el cortejo fúnebre. La despedida pasa por la aceptación de su partida y con esa aceptación se puede manejar con más salud mental la pérdida de los seres amados.