El Gobierno del presidente Nayib Bukele tiene como ideal político la transformación institucional de la República de El Salvador, que contiene, entre otros, un enfoque de Gobierno para la transformación política, social, económica y ambiental a largo plazo, que comprende de cinco a 20 años, tal como lo expresa el Plan Cuscatlán, un proyecto que define metas y objetivos de mediano y largo plazo por medio de un gobierno que atienda las necesidades y las demandas de la sociedad, teniendo como eje principal el pueblo salvadoreño.
Los grupos de resistencia al gobierno lanzan ideas de la existencia de círculos de poder, que se traducen supuestamente en clanes familiares, y lo hacen a través de periódicos escritos y redes sociales pretendiendo iniciar una guerra ideológica que podemos decir que ya comenzó, al buscar apoyo popular montando plataformas para desprestigiar al presidente de la república, y utilizando la relación entre el poder político y la sociedad en red contra las políticas del presidente Bukele, la que también ataca a los círculos más cercanos, de tal manera que esos grupos ideológicos vuelven al pasado, y sin olvidar su pensamiento político pretenden generar el contrapoder popular para avanzar en la creación de un movimiento social antisistémico, teniendo como objetivo destruir el modelo Bukele y sus efectos.
El Salvador, a partir del Gobierno del presidente Bukele, se ha visto impregnado de decisiones políticas que han cambiado radicalmente la realidad, construyendo un nuevo poder político, rompiendo con la historia política nacional de forma radical, de tal manera que no se puede calificar que el Gobierno sea de naturaleza oligárquica, y que se siga con la misma tradición política, adoptando y perfeccionando las mismas prácticas de las elites tradicionales como manera de ejercer el poder.
La buena fama del gobierno está bien ganada, y es por eso que le corresponde haber recuperado la credibilidad en el país por avanzar en la consolidación de la transformación nacional, de tal manera que el Gobierno de la república debe ser apoyado por todas las fuerzas vivas de la nación, sin distinción de ideologías ni intereses de sectores ni personales; por el contrario, el apoyo decidido debe ser para que el Gobierno sea funcional, eficiente, competente y eficaz; la forma de funcionar de la política debe ser con visión de futuro, para generar certidumbre y alcanzar la paz y la tranquilidad para la sociedad.
El Gobierno del presidente Bukele pone en práctica los principios funcionales y éticos para el ejercicio del poder, que tiene sus propias leyes, sus propios principios, y que de tal manera no se puede juzgar por el sentido común o por la lógica ordinaria, ya que las circunstancias tienen una incidencia fundamental en el tema de hacer política, por cuanto un interés del modelo Bukele es gobernar para las grandes mayorías y especialmente para las más necesitadas.
Los análisis políticos no se pueden hacer en forma superficial, deben ser a profundidad, los acontecimientos nacionales no pueden ser abordados de una manera simple como pretenden articulistas que se manifiestan en los diferentes medios, porque caen en la esfera de más de lo mismo.
La lucha por el poder no es descendente, sino ascendente, las piezas claves del poder conviven en forma permanente en los escenarios y en los actores políticos que se ubican en las coordenadas de la propia cultura que se vive y que se genera cada día, que encarna una manera especial de pensamientos políticos donde sobresale la construcción de un proyecto político hegemónico, que es lo que está desarrollando el Gobierno nacional mediante el aparato de Estado, que ejerce su influencia mediante la manera de pensar y de actuar de los ciudadanos.
El problema político es que hay sujetos que dicen pertenecer a la oposición política, pero dicha idea ronda únicamente en sus mentes, porque no existe una oposición política organizada, por carecer de dirigentes que gocen de credibilidad y formación política, de seriedad en sus exposiciones, que más bien se dedican a proferir insultos entre ellos y a las autoridades; en síntesis, carecen de capacidad para formular dicha oposición, por no ser lideres auténticos, más bien parecen cabecillas portadores de mensajes hechos para dividir a la sociedad y crear la zozobra.