Por décadas, los salvadoreños padecieron la corrupción de ARENA y del FMLN, que, a su vez, propiciaron la mayor crisis en la historia nacional. Debido a su ambición desmedida por el poder y al enriquecimiento ilícito que generaron al saquear sistemáticamente las arcas del Estado, no tuvieron ningún problema para llegar a acuerdos con las pandillas, los grupos criminales a los que vieron nacer y ayudaron a fortalecer y organizarse.
Teniendo toda la fuerza del Estado —es decir, a la Policía Nacional Civil, al Ejército, a las instituciones como la Asamblea Legislativa y al Órgano Judicial— no fueron capaces de tomar las medidas necesarias para evitar el baño de sangre que provocaron las maras en el país. Y no lo hicieron, sencillamente, porque no les convenía para sus intereses.
En un principio, la inseguridad que sobrevino después de la firma para el cese de fuego fue justificada por las bandas de exmilitares y exguerrilleros que se dedicaron a asaltos, extorsiones y secuestros, «porque solo conocían la vida de la violencia», después de décadas en conflicto armado. Fue ahí cuando surgieron las «agencias de seguridad», fundadas precisamente por antiguos militares y comandantes de la guerrilla. El negocio floreció y requería que se mantuvieran las condiciones de violencia para justificarse.
Después adujeron una «descomposición social» con el surgimiento de pandillas entre salvadoreños deportados desde Estados Unidos, que luego hicieron crecer, al encontrar terreno fértil en una sociedad abandonada por sus gobernantes. Este nuevo crimen organizado también perpetuó la inseguridad en el país, garantizando ganancias para los mercaderes de la muerte.
Las negociaciones entre ARENA-FMLN y sus aliados hacían funcionar el sistema político en el país, diseñado para mantener sin cambios a la sociedad, impidiendo la tan esperada transformación nacional.
La irrupción de Nayib Bukele rompió la lógica política y dinamitó el bipartidismo instalado en el país, lo que permitió superar las viejas estructuras.
Con el presidente Bukele, El Salvador ha logrado convertirse en el país más seguro del continente, un ejemplo que otras naciones quieren imitar. Del mismo modo, hemos visto cambios espectaculares en educación, salud y economía, que ahora atrae a turistas, que no tienen temor a ser víctimas de la delincuencia.