Una confluencia violenta de crisis de grandes dimensiones sin final a la vista pone al mundo en tensión.
Es la convergencia simultánea de los peores factores posibles: pandemia, desestructuración de las cadenas de logística, sequías extremas y vulnerabilidad climática generalizada, y un conflicto bélico que involucra a dos actores relevantes en materia de producción y comercio agroalimentario y energético que altera los mercados y destruye la infraestructura productiva.
El contexto tiene el potencial de esconder otros «cisnes negros» de varios tipos y profundidad disruptiva, y pone en vilo a los sistemas agroalimentarios del continente americano, principal región exportadora neta de alimentos y ancla fundamental de la sostenibilidad ambiental y la biodiversidad del mundo, además de proveedor relevante de energía y minerales a escala global.
La agudización de esas tensiones afecta los frágiles equilibrios de la seguridad alimentaria, nutricional y ambiental del planeta y socava sus bases, mientras en el interior de los países se intensifica una preocupación permanente sobre otra ecuación sensible: proporcionar a la población alimentos a precios asequibles y asegurar, al mismo tiempo, niveles mínimos de rentabilidad para los agricultores.
Latinoamérica y el Caribe son la región exportadora neta de alimentos más importante del mundo. Si se incluye a Norteamérica, casi un tercio de los alimentos que se producen y se consumen en el planeta proviene de las Américas.
Pero esta visión agregada esconde realidades contrastantes de un continente heterogéneo en el que conviven grandes exportadores (fundamentalmente los países del Mercosur) con importadores netos de alimentos, posee una canasta exportadora con valor agregado relativo y un bajo nivel de comercio interno (14 %) en comparación con el registrado en Norteamérica (46 %) y la Unión Europea (65 %).
La pandemia nos hizo retroceder casi dos décadas en materia social. La pobreza y la pobreza extrema se incrementaron junto con la inseguridad alimentaria, y las débiles previsiones de expansión económica generan preocupación sobre la posibilidad de una nueva década perdida en términos de desarrollo.
La guerra suma presión y golpea exportaciones puntuales de países como Ecuador, Colombia, Paraguay y Uruguay, que tienen una exposición relevante al mercado ruso en productos como banano, carne bovina y lácteos. Los aumentos en los precios de las materias primas alimentarias suponen un duro golpe para países en los que prevalece la subnutrición, como Haití, y para las naciones del Triángulo Norte centroamericano, además de Granada, Venezuela, Bolivia, Nicaragua y Santa Lucía.
Asimismo, el aumento en los precios de la energía tiene aspectos multiplicadores en los costos de insumos, productos y servicios a lo largo de todas las cadenas agroalimentarias, mientras que Rusia y Bielorrusia —afectados por sanciones comerciales— han sido tradicionalmente grandes proveedores de fertilizantes a base de nitrógeno, fósforo y potasio.
Desde la posición regional de ancla fundamental de la seguridad alimentaria y nutricional del planeta y pilar de la sostenibilidad ambiental y la biodiversidad, las crisis concurrentes exigen focalizar esfuerzos en las poblaciones vulnerables y facilitar, de forma urgente y sostenida, el intercambio comercial intrarregional e internacional con una verdadera alianza que promueva el comercio agropecuario en Latinoamérica y el Caribe.
Se trata de unir esfuerzos entre los países y fortalecer las instancias de coordinación de políticas sectoriales para favorecer la acción colectiva en beneficio de todos.
En paralelo, y atendiendo estratégicamente las necesidades de corto y mediano plazo, resulta imprescindible un gran esfuerzo articulado en materia de ciencia, tecnología e innovación, con el marco correspondiente de políticas públicas e inversiones, con objetivos ambiciosos y estructurantes: que nuestros sistemas agroalimentarios utilicen los recursos naturales de la manera más eficiente, generen empleos dignos con inclusión social, provean dietas saludables y sean sostenibles desde el punto de vista ambiental.
El conflicto bélico no ha hecho otra cosa que reafirmar que la seguridad alimentaria está al tope de las preocupaciones del planeta y que el continente americano refuerza su vigencia y protagonismo como garante de la provisión de alimentos sanos y abundantes a escala global.