Debido a mi colaboración anterior donde reflexioné sobre el beneficio psicológico del arte (publicada el 2 de marzo recién pasado, en este periódico), me han pedido que explique un poco más el concepto de empatía. Si bien parece que este es un término que todo mundo conoce y comprende, de pronto se vuelve necesario revisar estos términos para encontrar su aplicación exacta o sus beneficios psicológicos individuales y colectivos.
La Real Academia Española (RAE) define la empatía como la «capacidad de identificarse con alguien y compartir sus sentimientos». Dicho en el lenguaje popular, la empatía es la capacidad de las personas para «ponerse en los zapatos del otro» y experimentar los sentimientos de la otra persona como si fueran los propios, quizás no con la misma intensidad, pero sí como si fuera una sola persona en la manera en que se viven las emociones ajenas.
Una empatía bien entendida y desarrollada de manera correcta permite que se genere un comportamiento de apoyo hacia los demás. Esto, en lenguaje de la psicología social, permite que se expresen las acciones prosociales, es decir, solo por medio de la empatía van a surgir comportamientos como el altruismo, la cooperación y la solidaridad. Es decir, comportamientos humanos que van más allá de la simple generosidad, más allá de compartir la misma ideología, más allá de experimentar la misma necesidad.
Por todo esto es que la empatía es tan importante para el desarrollo de una sociedad que busca la justicia, la igualdad y la equidad.
Las personas con una fuerte capacidad empática se sienten comprometidas en la búsqueda honesta y sincera de la solución de los males que aquejan a la colectividad.
Ahora bien, una empatía mal entendida podría generar una actitud asistencialista o mesiánica. Es decir que la persona, empujada por su buena intención, termina por sustituir a la otra persona, anula a la otra persona, margina a la otra persona, y la ve incapaz de entender, decidir y actuar para encarar y resolver sus propias necesidades de crecimiento psicológico. Es como hacerle al hijo las tareas que le dejan en la escuela para que al niño le pongan una mejor calificación. El adulto, preocupado por la angustia del niño al encarar la dificultad de la tarea (sentimiento de empatía), actúa en lugar del niño haciéndole la tarea. Pero de esta manera el niño no ha aprendido la lección y se vuelve dependiente de las acciones del padre. Aquí no hay ningún tipo de acción prosocial, no hay nada de altruismo, de cooperación o de solidaridad. Solo se fomentan la dependencia y el sentimiento de inutilidad.
Por tanto, hay que cuidar una condición fundamental en la empatía: identifíquese con alguien, comparta los sentimientos, pero retírese a tiempo. Esto es sumamente importante para que la otra persona desarrolle su habilidad de entender, decidir y actuar desde sus propias capacidades. Retirarse a tiempo implica respetar la individualidad de la otra persona y su capacidad para crecer y aprender. Implica, además, respetar las limitaciones que la otra persona tiene y no por eso verla incapaz de resolver y avanzar.
La otra persona, por su parte, se atreverá a decidir y a actuar sin la angustia y el miedo a equivocarse, ya que sabe que cuenta con el apoyo solidario adecuado.