Parado en medio de un trigal en la zona desmilitarizada que divide a Chipre, el agricultor Christodoulos Christodoulou se ve tranquilo.
Los roedores que proliferaron en las décadas desde que se creó esta tierra de nadie y destruían sus cosechas, ahora son expulsados por lechuzas.
«Nuestra aldea estaba llena de ratas y ratones. Se comían nuestras cosechas, mordisqueaban nuestros neumáticos», recuerda Christodoulou, dueño de una finca en el corredor desmilitarizado que divida a la República de Chipre, reconocida internacionalmente, y la autoproclamada República Turca del Norte de Chipre.
«Por eso instalamos estas cajas para las lechuzas», comentó.
Unas 50 cajas livianas de madera con aperturas circulares fueron instaladas en los troncos de árboles como parte de una iniciativa encabezada por la ONG BirdLife Cyprus y el gobierno chipriota.
Según BirdLife, el proyecto apuntó a motivar a los agricultores a abandonar el uso de veneno y ayudar a incrementar la población de lechuza común o de campanario en Chipre, que está en declive en toda Europa.
Deneia, una de las pocas aldeas en la zona de división de 180 kilómetros, tiene actualmente entre 20 y 50 lechuzas de campanario y sus pichones, reconocibles por su plumaje blanco.
Miden solo 30 centímetros, pero tienen un apetito enorme, capaces de devorar hasta 5,000 ratas y ratones por año.
«Un milagro»
Los agricultores abordaban el problema con veneno de ratas, dañino para humanos y el medio ambiente, antes de lanzar la iniciativa con las lechuzas.
«Estas lechuzas son un milagro», sostuvo Christodoulou, quien en el pasado utilizó veneno.
Las aves han tenido un impacto «radical» al alejar a los roedores, y ahora puede practicar la agricultura orgánica.
El alcalde de Deneia, Christakis Panayiotou, asegura que para encontrar un roedor en su comunidad «hay que buscar una semana».
Martin Hellicar, el director de BirdLife, que ha instalado más de 1.300 cajas para lechuzas en Chipre, atribuye el éxito del proyecto a que los agricultores «se identificaron con las lechuzas de campanario y reconectaron con la naturaleza».
Más al oeste en el mismo corredor desmilitarizado, poblados enteros tienen décadas abandonadas desde la invasión turca a Chipre en 1974, en respuesta a un intento golpista promovido por Grecia.
Las cajas fueron instaladas en coordinación con la ONU.
Cerca de las torres de vigilancia controladas por unos 800 miembros de la fuerza de paz de la ONU, un hombre con guantes extrae dos pichones de una caja.
Las pequeñas criaturas parpadean por la luz solar. Con mano experta, Nikos Kassinis les coloca un anillo con un número de identificación.