Milton Melgar y sus dos amigos platican sobre cómo mataron una culebra que había ingresado en una de sus casas, mientras esperan por las papas fritas y antojitos en un puesto situado en el pequeño parque del municipio de San José Ojos de Agua, Chalatenango. La conversación se alarga por más de 10 minutos y en los jóvenes no hay preocupación de ser intervenidos por las pandillas pues en la localidad no existen y las muertes violentas no son una preocupación desde el 2016. El último homicidio se registró en 2015.
Y es que Ojos de Agua es un pueblo que se resiste a la violencia homicida que se registra en 182 municipios del país y que según datos de la Policía Nacional Civil (PNC) ha cobrado la vida de 1,149 personas entre el 1 de enero al 11 noviembre de este año.

«Estamos libres de delincuencia por el momento gracias a Dios, aquí la gente es sana y no andan en problemas. A veces uno toma (alcohol) pero sin meterse en problemas porque esa cosa es para disfrutarlo. Me siento tranquilo de moverme de un lado a otro y entre todos nos cuidamos, cuando alguien tiene un problema nos apoyamos los unos a otros, todos nos llevamos bien», comenta Milton entre una pausa de la plática con sus amigos.
El presidente de la Asociación de Desarrollo Comunal (Adesco), Oscar Alejandro Trujillo, atribuye el saldo blanco de muertes violentas al compromiso que cada lugareño ha tomado contra la violencia homicida, explica que si algún pariente quiere radicarse en el lugar y anda en actividades delictivas no les dan entrada a los hogares, «ellos le dicen que no pueden recibirlo y ya con esa advertencia no tenemos ese tipo de migración», manifiesta.
Al igual que en los municipios de El Carrizal y Las Vueltas las comunidades están bien organizadas y ante la llegada de un extraño indagan sus antecedentes para que no les «roben» la paz de la que gozan.

«Cuando viene alguien de afuera, las personas rápido alertan a las organizaciones sobre algunas personas que han venido y, si no se les ve una buena presentación se les indaga para saber cuales son sus intenciones de radicarse en el municipio, si no tienen antecedentes y sólo buscan paz se les deja radicarse», explica el presidente de la Adesco.
Durante muchos años todo ese proceso de auto cuido lo realizaron los líderes comunales y autoridades municipales, pero desde febrero trabajan en conjunto con los dos agentes de la PNC que fueron asignados en la localidad como parte del Plan Control Territorial.
No querían tener policía
Los pobladores se resistieron por mucho tiempo al establecimiento de un puesto policial y desde 1992, que se fundó la PNC, nunca habían tenido uno. Además, los gobiernos anteriores no se habían esforzado por el establecimiento de una sede policial.
Ahora los lugareños ven a bien que hayan asignados policías en la localidad, porque a pesar que no hay presencia de pandillas, los agentes van a regular temas como la violencia intrafamiliar o un desorden provocado por los consumidores de alcohol.
«Para mí siempre es importante el puesto policial porque eso significa que puede haber orden por cualquier cosa, también pueden estar atentos a la violencia familiar porque esa se da en el fondo del hogar, pero si hay un puesto los agresores tienen miedo que los capturen y se están quietos», dice Asunción Melgar.
Los jóvenes entre fútbol y agricultura
El alcalde Franklin Márquez explica que en el fútbol han encontrado una válvula de escape para que los jóvenes se alejen de la violencia todo este tiempo. Detalla que antes de la pandemia realizaban no menos de dos torneos al año, los cuales tenían buena aceptación de los jóvenes.
La municipalidad invierte en proyectos de emprendimiento, arte y música. También aprovechan que la zona es agrícola para dotar de capital semilla para que los muchachos trabajen en sus propias cosechas.
«Esa es otra forma de erradicación de la violencia, con ese dinero los jóvenes compran semilla, abono, venenos y otras cosas. La producción se ha incrementado con esos proyectos», explica el jefe municipal.