El año que recién comienza tiene una particularidad: es un año preelectoral, y, como tal, será activo y un tanto convulsionado. Muchos tratarán de recuperar lo que en el campo político han perdido y otros intentarán no perder lo que hasta hoy han conseguido.
Se oirán frases como: «Todos los años comienzan en enero», «Por este río pasa agua» o «Llueve porque es invierno». Sí, se oirán, porque cuando el afán por ser escogido de entre los demás es mayor o se va tornando urgente, los errores que se cometen buscando notoriedad suelen ser, además de frecuentes, inverosímiles, como las frases que aquí he citado, las cuales, por ser tan obvias, suenan tontas y sin ningún sentido. Esto quizá se dé porque en algunos casos se pierde la humildad y se crecen los egos, situación que afecta de manera notoria ciertas capacidades que intervienen en cuanto a pensar lo que se ha de decir.
Los medios de comunicación, principalmente los opositores, también tendrán su fiesta; para ellos será «agosto» todo este año y parte del otro. Pondrán todos los espacios disponibles para aprovechar al máximo la oportunidad que se les presenta de mejorar sus ingresos y, como siempre, tratarán de utilizar sus instrumentos, sus influencias y la impunidad que les provee una libertad de expresión aplicada a su manera, para desprestigiar a quien ve como su adversario y beneficiar a sus políticos afines.
Veremos al fin a los otrora aparentes adversarios reafirmar públicamente lo que en secreto ya todos sabíamos, y es que son la misma cosa desde los acuerdos de paz y desde más atrás. Se unirán todos en un mismo bloque, porque les es imposible ir en solitario y porque para ellos el único enemigo a vencer es el pueblo salvadoreño, por haberles dado la espalda.
Veremos a los detractores del Gobierno, tanto internos como externos, tratando de hacer mella en la imagen del presidente en procura de bajar su popularidad, para favorecer a un adversario que hasta el día de hoy no existe y que, si llegase a existir, dudo que pueda siquiera acercarse al nivel de aceptación que tiene el actual mandatario.
Incluso veremos a algunos que hoy son férreos opositores bajar el ímpetu de sus ataques y empezar a acercarse al oficialismo, aunque sea de manera hipócrita, para tratar de mejorar un poco la deteriorada imagen que desde su terca posición se han ido construyendo, buscando así apelar a la benevolencia de los electores y captar aunque sea unos cuantos votos. Eso lo vimos en la anterior elección, cuando el ahora convicto Ernesto Muyshondt aprovechaba cualquier oportunidad para tomarse fotos con el presidente Bukele y utilizar después esas imágenes a su favor. No obstante, ese mismo personaje, cuando era abordado por los medios, decía que la popularidad del ya para entonces inquilino de Casa Presidencial, y de la que él siempre intentaba colgarse, no era real, sino una imagen mediática producto de la efervescencia, que era como una pompa de jabón que no tardaría en explotar. Sin embargo, lo que hasta hoy les ha explotado, y en su propia cara, es una realidad distinta que no pueden negar, ocultar ni mucho menos cambiar.
Comienza el año y con él también una cuenta regresiva que no parará hasta conocer, en febrero y marzo de 2024, los nombres de las personas en quienes la ciudadanía depositará nuevamente su confianza. Estoy seguro de que en esas elecciones el oficialismo saldrá otra vez victorioso, porque, a juzgar por las encuestas, la población está feliz y satisfecha con lo que hasta hoy se ha hecho y, seguramente, la mayoría se reelegirá. Eso será beneficioso desde todo punto de vista, porque será la garantía de que los grandes cambios en beneficio de todo un pueblo no se detendrán.