En una cárcel de alta seguridad en Portugal, seis presidiarios bailan siguiendo el ritmo de una música lenta durante una curiosa clase de danza contemporánea.
«¡Bailen! ¡Con poesía!», dice Catarina Câmara, una artista y profesora de danza, para animar a sus alumnos, mientras un poco más lejos la voz metálica de los altavoces llama convoca a los presos por su número.
El espacio donde antes estaba la capilla de la prisión de Linho, en la periferia oeste de Lisboa, se convirtió en un estudio de danza.
Durante una tarde de otoño, tras el habitual calentamiento, la clase consiste en bailar en pareja con un objeto, como una bufanda, una pelota de fútbol, un peine, un libro, una bombilla o una bolsa de plástico.
Los presidiarios se implican en este ejercicio, moviendo su cuerpo con gracia y expresividad, bajo la atenta mirada de Câmara, que también es psicoterapeuta de formación.
«Liberamos el cuerpo, moviéndonos por lo que sentimos en ese instante. Esto nos permite liberar emociones y pasar un buen momento. Cuando venimos aquí, es como si no estuviéramos en prisión», explica a la AFP Manuel Antunes, un preso de 30 años al que llaman Beto.
Su compañero Fabio Tavares, de 28 años, comparte las mismas sensaciones: «Me siento ligero cuando estoy aquí. A veces diría que no estoy dentro una prisión, sino afuera, en una clase de danza normal».
Ambos participan en este proyecto social y artístico que empezó en abril de 2019 en esta cárcel de alta seguridad, donde la mayoría de los presos cumplen largas penas, de 15 años en promedio.
Catarina Câmara da clases a un grupo de una docena de presidiarios, el perfil de la mayoría de ellos corresponde al de «chicos que crecieron en la calle y tuvieron que espabilarse solos desde muy jóvenes».