Se ha percibido desde ya hace unos años que las nuevas generaciones viven en un tiempo histórico en el que nunca se había tenido tanto entretenimiento, tecnología y acceso al mundo entero por medios digitales; sin embargo, eso mismo crea una ironía también, ya que es el espacio histórico en que más aburridos pasan y sin propósito. Es decir, un sinsentido «sine qua non», sin base, sin imposición, nacido de su propia fragilidad innecesaria, de su poco valor ante la existencia.
Lo dicho con antelación crea una ecuación irónica: mientras más entretenimiento tiene una cantidad cada vez mayor de jóvenes y profesionales jóvenes, menos animados se encuentran, menos rendimiento ofrecen, menos exigencias aguantan. Mientras más alternativas tienen, más oportunidades poseen, menos disciplina se les impone, menos luchan por ellas. Mientras menos exigencias se les hace, más estresados, acongojados, quebrantados, cansados, deprimidos y quejándose viven. ¡«Summa mediocritate»!
Ya lo expresaba el insigne escritor y poeta uruguayo Mario Benedetti: «Quién lo diría, los débiles de veras nunca se rinden». Pues bien, la muestra de debilidad no es en sí mismo un defecto, pues muestra la fragilidad humana, pero cuando la debilidad se utiliza como excusa de vida y como arma de victimización, se vuelve una escupida a la vida. Una vergüenza para la historia del esfuerzo y lucha de miles de millones de seres humanos a la largo de la historia que no han tenido tiempo de quejas ni aburrimiento para sobrevivir.
De tal suerte que es necesario comprender que no se trata de darles cada vez más circunstancias de disfrute o entretenimiento, el problema no está ahí, el problema radica en el enfoque. Hasta los sistemas educativos mundiales han confundido el camino, han puesto en la balanza de la calidad académica la tecnologización y la banalidad de las redes sociales como medio de enseñanza, y aun así los estudiantes no están satisfechos, pero, eso sí, cada vez menos con conocimientos, disciplina y valor ante la vida.
Por tanto, traicionar el esfuerzo de la valentía propia de la evolución humana es señal no de un análisis de debilidad machista, por el contrario, es una postura de hacer comprender a las nuevas generaciones que la vida requiere sacrificio, esfuerzo guiado, deseo profundo de lograr, alcanzar, satisfacerse, por medio de la fe en Dios en primer lugar, en uno mismo en segundo lugar, y en las circunstancias adversas como fuente de temple en el carácter. La turbación es parte de la fórmula para alcanzar en la vida.
De ahí que el filólogo y filósofo alemán Friedrich Nietzsche solía decir al respecto: «La independencia no es un derecho, es un privilegio que corresponde a una minoría». Vista esta sentencia sin mayor análisis, podría parecer excluyente, y lo es, pero no por motivos racistas, sino por motivos de lucha en la vida, de esfuerzo y carencia de excusas. Hoy más que nunca las nuevas generaciones viven en libertad exterior, pero esclavizados en sí mismos y por sí mismos, por el sinsentido y la debilidad, ante todo.
Quizá y solo quizá es tiempo ya de comprender que la infoxicación (intoxicación de tanta información que al final no puede procesarse) está haciendo más daño que bien a las nuevas generaciones, y lo peor es que las antiguas generaciones somos quienes estamos creando ese mundo sinsentido para las nuevas. La historia nos condenará seguro y el mismo Dios probablemente, también; ojalá podamos como sociedad comprender a tiempo esta desventurada situación y hagamos algo al respecto.
De mi parte, como pensador, educador, escritor y cristiano, aunque sea considerado de la vieja guardia en la forma de enseñar y orientar, una amenaza para el nuevo orden de hacer las cosas en este plástico mundo carente de sentido y propósito, seguiré alzando la voz, esperanzado a que de ruido en ruido el eco llegue a cada vez más mentes adultas y jóvenes, pudiendo con ello crear un espacio de diálogo que permita rescatar a la juventud de esa debilidad absurda y les lleve hacia una existencia valiente y sin excusas.
Querido lector, ¿se suma al debate? Salvemos a nuestra sociedad del sinsentido.