En estos años de vaivenes, altibajos y constantes retos, he llegado a valorar algo tan evidente como menospreciado: la amistad y sus diversas manifestaciones, ya sea bajo la etiqueta de familia, amigos o cualquier ser que trascienda en nuestra existencia y contribuya a transformarla. Y en esta búsqueda encontré un concepto que me ha ayudado a comprender y transformar la realidad: la fraternidad, un puente invisible que desafía las barreras del mundo, erigiendo columnas que nos sostienen en este universo fríamente hiperconectado y utilizado para alentar el deseo voraz del consumo.
Considero este un momento propicio para la reflexión utilizando el principio de fraternidad, que añade matices nuevos a las añejas y caras ideas de libertad e igualdad, movilizando emociones distintas. Mientras la igualdad une desde el orgullo de saberse humano, y la libertad desde la indignación, la fraternidad humana asocia a los individuos, ante todo por la empatía: la capacidad de ponerse en la piel de los demás. Esa empatía, que brota —en principio— en la familia, enfrenta desafíos al intentar expandirse más allá de lo familiar, y es ahí donde todos tenemos un reto por delante.
Me sorprendo al reconocer la relevancia de estos estímulos humanos, cálidos, que me han auxiliado para superar pérdidas, enfermedades, accidentes y las inevitables pero humanas decisiones erróneas. Recientemente atravesé complicaciones médicas, y al salir de ellas constaté que la clave de mi recuperación radicaba en ellos: mi núcleo duro familiar y esa extensa red de personas que, con un enorme amor fraternal, desataron una formidable energía sanadora. Este escrito les está dedicado.
Desde hace tiempo he ido llenando mi saco de proposiciones ante la vida, y es emocionante constatar que ha superado mis expectativas. A todos ellos, quienes saben bien quiénes son, va mi más profundo agradecimiento. Siempre me he definido como una persona práctica, un observador implacable, pero hoy me aventuro a pintar la fraternidad con trazos más humanos, lejos de la utopía, más cerca de una tangible energía que desafía las estructuras de este mundo mercantilista, tejiendo redes de ayuda mutua y cooperación.
La fraternidad se revela como el arte de mantenernos unidos, donde las diferencias se entrelazan y reconocen en una danza armoniosa. Es un desafío presentarnos vulnerables ante otros, donde reconocemos nuestra dependencia mutua, pero aún más desafiante es reconocer que, desde esa vulnerabilidad, surge una luz suave, recordándonos que, aunque asuste, la dependencia es el hilo que teje la trama de nuestra humanidad, y en ella hallamos fuerza, amor fraternal y libertad.
Estas fiestas de fin de año son un momento oportuno para buscar a nuestros «ellos», nuestras familias, nuestros semejantes, abrazarlos y devolverles un poco de esa energía, alegría, esperanza y certezas.
Esto aplica para una persona, pero trasciende a una sociedad entera, a un país que puede generar la energía necesaria para avanzar, desarrollarse y cumplir los propósitos individuales y colectivos de un mayor bienestar, de tender la mano a los otros, reconociéndose distintos y con sus obvias particularidades y llegar a las grandes metas de tiempos soñados.
A todos ustedes, a todos «ellos», gracias por su inquebrantable acompañamiento.