Hasta que el presidente Nayib Bukele declaró la guerra a las pandillas y logró pacificar el país, los salvadoreños vivieron décadas bajo el terror de estas estructuras. Para alguien de afuera puede parecer una exageración que haya sido motivo de celebración que una cadena de comida rápida hubiera publicado con mucho orgullo en redes sociales que ahora podía llegar hasta el último rincón de las colonias de Soyapango a entregar sus productos. Que la pizza llegara hasta la puerta de la casa, independientemente del barrio en donde estuviera, fue la señal más palpable de que El Salvador se había transformado.
No se trata de un asunto sin importancia o meramente anecdótico. Las maras tenían tal control de los territorios que nada pasaba sin su consentimiento. Así lo habían pactado con los políticos corruptos de ARENA y del FMLN, que dejaron crecer y fortalecieron a estas estructuras criminales. Que una persona común y corriente llegara a visitar a un familiar residente en una colonia dominada por una pandilla rival equivalía a una sentencia de muerte. Fueron numerosas las personas que vieron truncadas sus vidas por haber considerado que había libertad de movimiento en todo el país.
Y lo que aplicaba para las personas aplicaba también para las empresas. No solo los repartidores de comida rápida no podían entrar a las colonias, sino que tampoco podían hacerlo los distribuidores de mercaderías para surtir las tiendas de los barrios. Los que podían entrar lo hacían pagando extorsión a cada una de las maras que dominaban en las colonias a las que ingresaban.
Esa misma realidad se imponía con las empresas prestadoras de servicios, públicas o privadas. Las maras incluso llegaron a cobrar extorsión para abrir las válvulas de agua en algunas zonas, después de expulsar a trabajadores de ANDA. Las compañías telefónicas o de cable no se atrevían a entrar a reparar desperfectos en los equipos asignados a sus clientes que vivían en las «zonas calientes».
De hecho, los técnicos del TSE tenían muy presente dónde iban a estar los centros de votación para que el día de las elecciones las maras no mataran a personas por cruzar hacia colonias donde otro grupo criminal era el dominante.
Ahora esas reubicaciones, tanto de los centros de votación como los cambios de domicilio, son innecesarias. La inseguridad, otrora tan presente, es algo propio de los pasados gobiernos corruptos, que ya no volverán.