A último momento, ARENA, partido fundado por Roberto d’Aubuisson, suspendió la farsa de elecciones primarias en las que fingía que su militancia iría a las urnas, pero solo había una opción.
La suspensión se dio porque la dirigencia tenía temor de que el mecanismo fuera objetado por el Tribunal Supremo Electoral debido a múltiples irregularidades, empezando porque solo se presentaba una planilla, es decir, sin ninguna oportunidad para elegir, puesto que ya el grupo que controla el partido decide sustituir al equipo que da la cara por otro en una supuesta renovación.
Sin embargo, ¿cuál es la renovación en un partido si la dirigencia saliente escoge a su sucesor? ¿Cuál es el respeto a la militancia si se le impone qué decidir? El freno impuesto a la farsa electoral en ARENA no refleja, de ningún modo, consideración a los miembros del partido, sino que, por el contrario, busca garantizar que el resultado ya definido no tenga problemas para ejecutarse.
En lugar de reflexionar seriamente las razones por las que pierde su liderazgo local (desde dirigentes comunales hasta diputados, pasando por referentes municipales), el grupo que manda en ARENA ha decidido mantener el control cambiando al equipo de Érick Salguero por el de Carlos Saade.
Todo esto denota una total desconexión de la dirigencia con la estructura real del partido y su relación con los ciudadanos, que ya dejaron de creer en un partido que solo ocupó el poder para hacer ricos a sus dirigentes, desviando recursos públicos para intereses particulares.
Por eso no extraña de ninguna forma el continuo éxodo de los pocos liderazgos locales que quedan en el partido, cansados de tanta corrupción y decepcionados porque no hay apertura ni apoyo desde la dirigencia. Ni siquiera el «relevo generacional» de la tan cacareada renovación en ARENA se salva de esa vergüenza generalizada que existe en el partido creado por los escuadrones de la muerte.
Ahora aparecen con camisas blancas, renegando del azul, rojo y blanco que los caracterizaba, pero que también está ligado al dinero mal habido, a asesinatos políticos, a tratos sucios, a negocios turbios y a pactos con pandillas. Una estructura así no tiene otro destino más que el olvido, para que sean otros los que rindan juramento y le cumplan de verdad a todo un país.