A raíz de la tragedia ocurrida en Nejapa recientemente, surgen diversas opiniones acerca de las causas que la posibilitaron o propiciaron. Así, algunos dirán que fue obra del destino, de la suerte o de la voluntad de Dios, sin más. Otros, por el contrario, dirán que fue ocasionada por la mano del ser humano, desde la responsabilidad individual hasta la responsabilidad institucional (Estado, empresa privada, alcaldías y otras).
Quienes piensan en dicho desastre —como tantos similares— desde la perspectiva determinista tienen algo de razón en tanto que ciertamente toda la realidad está impregnada de factores que se imponen al margen de las decisiones humanas; por ejemplo, el clima y sus diversas manifestaciones, como huracanes, humedad, nubosidad y tormentas, fenómenos que existen y están fuera del dominio, parcial o totalmente, de la voluntad humana.
Sin embargo, por otro lado, también es cierto que la realidad está conformada por objetos manipulados o modificados por la mano del ser humano; es decir, que se caracterizan por la intervención de la voluntad humana, para bien o para mal. Así, podemos hablar de carreteras, presas, caminos vecinales, políticas de vivienda y otras.
De esta manera, se nos presenta una realidad física, química y biológica natural, pero transformada por la inteligencia y el trabajo del ser humano, por su capacidad de hacer cultura —en el sentido más enriquecedor de este término—, desde el primer homínido hominizado hasta el «homo sapiens» u hombre actual, y que se debe asumir de manera integral, en otras palabras, como una dialéctica naturaleza-cultura, con la finalidad de soslayar falsos determinismos que absolutizan el papel del destino o del hado, ignorando el aporte de la capacidad humana y que nos conduciría a un conformismo nada saludable para nuestro pueblo.
Por esa razón, los ecologistas plantean que en el mundo o en la creación, con todas sus manifestaciones o fenómenos (lluvia, erupción volcánica, terremotos, por decir algunos), se imponen ciertas situaciones como una amenaza a la condición humana, pero que en sí misma no dañan ni benefician a la sociedad, pues esto último dependerá de la voluntad y capacidad humanas para enfrentarla desde una cultura de la prevención que supere la vulnerabilidad que desemboca muchas veces en desastre o catástrofe.
En conclusión, evitemos caer en simplismos o reduccionismos de la visión determinista —aquella que afirma que quien nace pobre morirá pobre o que quien nace para maceta no pasará del corredor— cuya tesis principal es que todo es producto de los «caprichos» de la madre naturaleza y que, por tanto, nadie, absolutamente nadie de los seres humanos, tiene responsabilidad o culpa de lo ocurrido. En consonancia con esto, para los deterministas, en el caso del deslave y la inundación que afectó a los pobladores de la comunidad Los Angelitos II y otras comunidades circunvecinas de Nejapa, no habría ninguna responsabilidad humana que investigar.
Asumamos, pues, una actitud responsable frente a los desastres, y aunque es urgente trabajar por solucionar necesidades inmediatas (vivienda, alimentos, ropa), también es importante buscar las causas o la responsabilidad humanas que facilitaron el desastre en cuestión tanto a escala individual como institucional, a fin de evitar una cultura fatalista e irresponsable que se excusa de toda culpa echándosela exclusivamente a la naturaleza.