En plena pandemia, encerrados como la mayoría de los salvadoreños, mi familia no paró de pensar en qué podíamos hacer para mantenernos mentalmente saludables. Como muchos, vivíamos pendientes de las noticias, las cadenas del presidente eran esperadas con gran ansiedad para saber si ya teníamos el primer caso, cómo progresaba el virus en el mundo y saber de todas las medidas que había que acatar para evitar el contagio masivo en el nuestro.
En las primeras semanas que se anunció que lo de la COVID-19 era una pandemia que afectaba al mundo supimos que esto no era una broma.
Aún tengo grabado en la memoria el tonito dramático que anunciaban las cadenas y la voz que después de varios segundos de mezcla de audios e imágenes de país anunciaban la presencia del presidente. Ahí, en Casa Presidencial, en el salón principal, con monseñor Romero de fondo, ahí, en ese salón junto con todo su gabinete, finalmente tuvo que anunciar que ya se había detectado el primer caso de la COVID-19 en el país.
En ese justo momento, estoy más que seguro que toda la nación enmudeció, nos paralizamos, el reloj se detuvo, algunos quizá nos abrazamos como esperando la caída de un meteorito (debo admitir que soy algo dramático por las influencias de ver tantas pelis que anuncian el fin del mundo), otros oraron por los pecados cometidos y que no lograron comulgar. En fin, creo que solo ese anuncio del presidente Bukele sugiriendo cómo deberíamos actuar y principalmente lo que el Gobierno está ya planificando hacer son suficientes elementos como para guionizar un largometraje.
Como muchos, creímos que eso no nos pasaría a nosotros, pero igual seguimos al pie de la letra las indicaciones del Ministerio de Salud: solo uno podía salir a hacer las compras; al salir debería ir preparado con su respectiva mascarilla, tomarse la temperatura a la entrada del súper, etcétera. Ser elegido para salir era un privilegio.
En medio de toda esa situación estresante, en casa lo minimizamos al rescatar juegos de mesa como el notenojes, dama china, ajedrez, scrabble, hasta recreamos el clásico juego de los mimos que Willie Maldonado hizo famoso los sábados en la década de los setenta y ochenta para adivinar con gestos películas, frases o cuentos.
La pandemia generó igual un debate permanente en la colonia donde vivo, todos hacíamos nuestras interpretaciones de las medidas de bioseguridad que había que implementarse, se tomaron medidas que hoy resultan ridículas, como la de no salir a caminar, decirle al del «delivery» que dejara las encomiendas a 50 metros de tu casa, como si se tratase de una bomba. Llegar a casa después de venir de compras era todo un ritual: quitarte los zapatos, fumigarte por todos lados, quitarte la ropa y meterla en una bolsa, lavarte hasta el lugar más recóndito del cuerpo, etcétera.
Pues en medio de toda esa paranoia inventamos el primer festival de cortos hechos con celular.
Cada uno dio su aporte sobre las bases, y aunque no estábamos totalmente de acuerdo en ciertas cosas técnicas, sí nos pusimos de acuerdo en que sí o sí debería ser con celular. Nada de combinar con GoPro o cámaras profesionales; los trabajos deberían ser con celular, punto. Una vez nos pusimos de acuerdo pasamos a proponer las categorías, otra laaaarrrgaaaa discusión. Al final acordamos que no podía faltar ficción, documental, dirección de fotografía, videoclips y videoarte. Luego procedimos a proponer el jurado. Por las relaciones que hemos cultivado durante estos largos años en el mundo del cine nos fue relativamente fácil escogerlo. Estábamos claros en que si queríamos darle al festival un carácter serio o profesional, el perfil de los jueces debería estar a la altura.
Ya teniendo el concepto del festival que queríamos hacer y convencido el jurado nos faltaba la parte medular: los patrocinadores. La ministra de Turismo, Morena Valdez, y Alejandra Durán, directora de Corsatur, no dudaron en darnos el apoyo. La diputada Suecy Callejas y la ministra de Cultura, Mariemm Pleitez, se unieron de inmediato. Luis Rodríguez, que además de ser el director del BCIE y de cipote quiso ser cineasta, levantó la mano y junto a Bandesal también nos dio su apoyo. Cinépolis nos dio sus salas para exponer los trabajos clasificados y celebrar el cierre del certamen.
Y así, con una idea producto del confinamiento, surgió el festival de cortos grabados con celular. Este año ya vamos por el tercero y cada vez se unen más patrocinadores (Fedecrédito, Tretis, Wifi Solutions), pero igual de importante es que más jóvenes o aficionados al cine, independientemente de su edad o trayectoria, se están apuntando para crear sus historias.
Este año no estará Thirza, socia fundadora, dando sus palabras de agradecimiento en nombre de Escine, pero no nos cabe duda de que ella, donde quiera que esté, estará igual de pendiente y feliz al ver que parte de su sueño es más que una realidad y que definitivamente con su luz el cine está vivo.