La paz se convirtió en una ideología al servicio de desmovilizar y desorganizar al pueblo porque todo reclamo y toda protesta, al «perturbar la paz social», podía generar el retorno de la guerra y terminar con todo el proceso de pacificación supuestamente alcanzado en los acuerdos políticos. Estos acuerdos están relacionados con el mejoramiento o la modernización del régimen político del país, están y estuvieron al servicio del mantenimiento de un poder oligárquico, al cual se le quitó instrumentos sangrientos como los antiguos cuerpos de seguridad (Policía Nacional, de Hacienda, Guardia Nacional, patrullas cantonales), y se les sustituyó por una Policía Nacional Civil.
El Tribunal Supremo Electoral, que sustituyó al Consejo Central de Elecciones, pasó a ser controlado por los partidos políticos contendientes en las elecciones. La Corte Suprema de Justicia pasó a disponer del 6 % del presupuesto general. Se estableció la Procuraduría para la Defensa de los Derechos Humanos, la Fuerza Armada fue depurada y reducida. Se separó la función de la seguridad pública de la defensa, la Fuerza Armada dejó de participar en funciones de seguridad y solo lo haría de forma excepcional. Todos estos acuerdos fueron incorporados a la Constitución. Se trata de aspectos de innegable importancia en la línea de modernización del Estado, pero no en la línea de la democratización de la vida de la sociedad.
Este cúmulo de acuerdos, muy por el contrario, no resolvió eso. La sociedad salvadoreña pasó a ser regida por el neoliberalismo más brutal y la economía del mercado controló todas las esquinas de la vida social. Los avances de la democracia referidos a los aparatos del Estado no se correspondieron con la estructura económica, y en ese desbalance, estos adelantos democráticos que ya se señalaron naufragaron rápidamente en el torbellino de explotación que inundó la vida de todos los salvadoreños, que se volvieron más pobres, más explotados y más migrantes.
Fue en estos 30 años cuando la migración se convirtió en política de Estado y millones de compatriotas fueron expulsados de su patria hacia el norte; mientras, en el territorio salvadoreño, la familia era destruida por esta migración, el medioambiente era abatido por el mercado y las libertades eran degolladas por una vida cada vez más precaria.
Este precarismo estableció condiciones difíciles, casi inalcanzables, para construir una vida digna. Y los sectores profesionales fueron lanzados hacia las manos del mercado neoliberal, en condiciones precarias en las cuales la principal misión era y es ganarse la vida a como diera lugar. Esta angustia existencial hecha estructura determinó, a su vez, que la producción de ideas, de pensamiento y de reflexión sobre la realidad del país y sobre sí mismos prácticamente se suspendiera.
En este escenario, construido minuciosamente y con mucho cálculo, las figuras de la paz y de los Acuerdos de Paz tienen muy poca relevancia para el pueblo, aparte de que en ningún momento se dedicó a su divulgación ningún tiempo especial de ningún gobierno. Situación muy parecida a lo que ocurrió y ocurre con el acta de independencia del 15 de septiembre de 1821, que nadie conoce y nadie discute.
Al fin y al cabo, la palabra paz solo se puede descifrar afirmando que hay paz en una sociedad cuando la inmensa mayoría del pueblo acepta, asimila y digiere la posición de las minorías poderosas. Entonces, los poderosos dicen que hay paz, y habrá guerra cuando esas mayorías rechacen la posición y los intereses de esas minorías, y entonces, esas minorías dirán que hay guerra en esa sociedad. Por eso no conviene olvidar que la paz es justicia, social y fiscal; es trabajo con salarios justos y dignos; es alimento y agua para todos; es una naturaleza defendida y protegida; es el derecho de los pueblos, garantizado rigurosamente. La paz es ciencia, salud y educación para el pueblo. Por eso esta es una palabra muy conflictiva y suele ser usada de múltiples formas, con muchos intereses.