El nombre de los Acuerdos de Paz es una figura discrecional. Se trató, en realidad, de acuerdos de guerra labrados penosamente durante largos y fatigosos años de trabajo, que eran, al mismo tiempo, los largos años de la heroica guerra popular.
En los últimos minutos de 1991, en la sede de las Naciones Unidas, en New York, nos percatamos de que el documento que contenía esos acuerdos no tenía nombre. Entonces, le pusimos el nombre de Acuerdos de Paz. La palabra les daba cierta elegancia a todos esos acuerdos negociados a partir de una lucha armada, generalizada, que se llama guerra. Estos acuerdos lograron ponerle fin a la guerra, y este es su mayor logro y lo que determina su verdadera naturaleza.
Estamos hablando de la quinta guerra en nuestra historia, la más completa, la más sangrienta, la que generó más miedo en los sectores oligárquicos dominantes, más inquietud en el poder imperial y una mayor solidaridad mundial y mayor apoyo político del pueblo salvadoreño.
Fue la guerra popular, la que el pueblo emprendió para librarse de la dictadura militar de derecha, montada en nuestro país a partir de 1932. Esta dictadura tuvo dos partes: el gobierno de Maximiliano Hernández Martínez, que termina en 1948; y luego, los gobiernos militares, a partir de 1950, con el gobierno del coronel Óscar Osorio. Esto culmina en el golpe de Estado del 15 de octubre de 1979, en plena crisis política, en pleno desarrollo de la lucha armada y en un fuerte impulso de la lucha popular.
Luego de la matanza del 28 de febrero de 1977 en la Plaza Libertad, quedó abierto el camino para todo el pueblo hacia la guerra popular.
Los acuerdos políticos que pusieron fin a esta guerra también abrieron las puertas para que la oligarquía dominante moviera sus piezas y, una vez pasado el gran susto histórico de la guerra, lograran que ciertos antiguos mandos de la guerrilla fueran parte del bloque dominante. El motor político de la guerra fue la exclusión política que la fuerza armada practicó durante sus años de poder, y los mandos guerrilleros, predominantemente pequeñoburgueses intelectuales, al ofrecérseles la posibilidad de hacerse gobierno, vieron cumplido y logrado su camino y su lucha. Es, precisamente, en este momento que se da la incorporación de la antigua guerrilla al sistema político y su salida de la sociedad. Al revés, plenamente, de lo que ocurría en la guerra, cuando la heroica guerrilla era parte plena de la sociedad, pero estaba afuera del sistema político.
La guerrilla del FMLN formó parte de la antigua confrontación entre el viejo poder oligárquico y las fuerzas que intentaban refrescar, modernizar y cambiar las partes más grotescas y primitivas de la realidad del país. Por eso se puede decir que el FMLN guerrillero no fue una fuerza antioligárquica y, mucho menos, anticapitalista y su conducta durante las negociaciones y los acuerdos logrados confirman estas ideas.
La figura de la paz se convirtió en algo más que una palabra compleja y de muchos colores: llegó a ser el eje de la política electoral del nuevo partido político llamado FMLN. En función electoral fueron desterradas del léxico de los militantes del nuevo partido FMLN las palabras guerra y posguerra, porque se buscaba que el pueblo concurriera siempre a votar.