Tocar este tema es por mucho complicado y polémico, pero la naturaleza de una columna de opinión precisamente es polemizar en el debate a fin de crear espacios de reflexión sobre aspectos de la realidad social que han de analizarse con seriedad y objetividad, cosa que en sociedades como la nuestra muy poco se hace, pero uno siente la obligación moral y filosófica de hacerlo desde la academia.
Es así como tratar los aspectos conductuales y de pensamiento de las generaciones actuales no es cosa fácil y menos en tan poco espacio de tiempo y texto; sin embargo, sí se pueden sentar las bases reflexivas para un futuro que marque la senda para protagonizar temáticas al respecto desde diversos enfoques científicos.
Empero, la finalidad de esta postura no es simplemente desglosar de forma negativa el «modus vivendi» de los jóvenes actuales y de algunos adultos jóvenes que ya viven con esta tendencia de cristal. Al contrario, es formular una serie de cuestionamientos que posibiliten el debate a la luz de una realidad que a todas luces preocupa.
De tal suerte que observar en los últimos años, por no decir la última década, la forma de comportamiento de las nuevas generaciones es interrogarse respecto a la fragilidad con la que viven en sus responsabilidades, sus enfermedades, sus atributos generales, su reacción ante los problemas y la poca capacidad de reflexionar sobre la vida y su vida.
Por tanto, no es de extrañar que acá se muestre bajo la premisa de la inconformidad de la vida seria la poca responsabilidad con la que estudian, aprenden, sirven y actúan desde una visión apática y desmotivada. Estas generaciones son conocidas, con tanta razón, como la generación de cristal ¡debido a lo débil de su postura ante la vida!
Y es que la tendencia de vida holgada de la mayoría de los jóvenes y de muchos adultos jóvenes no nace de la nada, se sitúa en la base de una psicología y de leyes estadounidenses introducidas como transculturación en Latinoamérica y que han mermado las costumbres más sagradas del esfuerzo de nuestros antepasados y de la generación más allá de los cuarenta, como el que hoy escribe.
Al respecto, expresaba el maestro José Ingenieros: «Juventud sin rebeldía es servidumbre precoz», pues bien, esta sentencia hoy más que nunca es profética; la juventud no es rebelde, ellos creen que sí, pero lo único que muestran es apatía y no rebeldía, que implica crear y sembrar para el futuro, pues solo quien es capaz de construir futuro puede criticar el pasado.
De tal manera que esa niñería con la que viven y supuestamente aprenden las nuevas generaciones está cimentada en un sistema social, político y jurídico mal comprendido como humanista, que solo ha creado generaciones débiles mental, emocional y físicamente, con excusa para todo, con llanto para todo, sin innovación, solo reproducción, imitación y falsa libertad.
Mientras el sistema, ese tipo de psicología, el sistema educativo y los padres de familia que se quejan, pero son parte de la debilidad y la displicencia de sus hijos no tomen en serio la necesidad de hijos fuertes, capaces de romper sus propias barreras mentales y emocionales, seguirá anidándose en Latinoamérica y por tanto en El Salvador, generación tras generación, una forma de vida débil, sin ideales, sin esfuerzo mínimo, que destruirá lo que hasta hoy nos ha permitido sobrevivir, la capacidad de enfrentar la vida, sin excusas y llantos.