Entre los pasatiempos que las anteriores sueldo-asambleas que el país ha soportado hasta el último día de abril de 2021, en que increíblemente pudo el pueblo con su decisión, su voto valiente y visionario cerrar una etapa vergonzante, oprobiosa, de abuso y corrupción, golpes de Estado, elecciones amañadas, liberaciones nacionales, etc., estaban el de reconocimiento de hijos meritísimos a personajes que la Asamblea en turno decidía que lo merecían. Han tenido que transcurrir casi 200 años de espera, incertidumbre y explotación, perpetuada por los de siempre, que, desde el pasado 28 de febrero, se convirtieron en los de nunca más.
Hago alusión a este «pasatiempo» en referencia al señor Andreu Oliva, barcelonés y actual rector de la Universidad José Simeón Cañas, quien por lisonjas políticas no se limita a opinar como extranjero, miembro de una institución hace mucho tiempo separada del Estado, sino que señala y condena el cumplimiento de la voluntad de un pueblo que generosamente lo acoge, ejecutada por sus representantes legítima, democrática y abrumadoramente elegidos. Sabe este señor sentado en su cómoda oficina desde donde dirige un centro de estudios elitista, no el del padre Ellacuría, quién es el pueblo salvadoreño, o habrá leído la historia de este pueblo sufrido contada por algún historiador meritísimo. Si supo de Ellacuría, no ha entendido su mensaje liberador. Este hombre de Dios vivió nuestro pueblo y en premio el Estado que usted defiende no le dio un título meritísimo, sino que lo asesinó, igual que a monseñor Romero. ¿Usted acaso ha vivido alguna vez el hambre, la marginación y la explotación que este pueblo ha sufrido? Realmente usted Cuadra con Portillo, que se mofa con sarcasmo de la inexperiencia de los diputados jóvenes, con sonrisa decrépita.
«Solo con el valor de penetrar lo inviolable y seguro, dice Rodó, podréis llamaros en realidad hombres libres», y eso es precisamente lo que esta juventud intenta.
Las leyes las hacen los hombres. Por eso Jesús las descartó. Y las leyes escritas en piedra solo existieron en mentes cavernícolas, pues la única ley del decálogo se resume en di la verdad y sé justo, y está escrita en el corazón de los hombres libres.
Finalmente, he de recordarle lo que decía su exconocido y tal vez brillante jesuita Paco el cura: «El pueblo es el único depositario de todos los derechos, enumerados: PENSAR, HABLAR, OPINAR, JUZGAR, DECIDIR Y SER». En una sociedad equilibrada donde la equidad sea la norma, todos son pueblo, incluso usted allá en España.