Sorpresa y alboroto ha causado en algunos sectores de la sociedad la posibilidad de que ARENA y el FMLN consoliden una relación matrimonial para intentar arrebatar la silla del poder al presidente Nayib Bukele en 2024.
Para algunos es una fórmula vacía, desesperada y perversa, con la que apenas tendrían la posibilidad de recuperar cierto nivel de poder que el pueblo les arrebató en ejercicio democrático y libre.
Otros la califican como un «acontecimiento histórico» debido a la tradición de rivales políticos que mantuvieron durante décadas. Pero desde junio de 2019 los une un enemigo en común, y ven en esta alianza una oportunidad de recuperar todo, aunque el proyecto no tenga líneas ideológicas precisas.
¿Idea descabellada? Para muchos, sí. Si se entiende que el presidente Bukele mantiene la más alta aprobación como nunca nadie la alcanzó: un espaldarazo del soberano de más del 91 %, al iniciar su quinto año. Una barrera infranqueable para cualquier andanza.
Sin embargo, estoy seguro de que la mirilla opositora no está puesta en la silla del Ejecutivo, como la mayoría cree. Una mirada escrutadora permite descubrir una estrategia de corto y mediano plazo que, por supuesto, ya ha iniciado, y su primer peldaño por escalar está en los comicios de 2024.
Veamos. Ningún político con al menos dos dedos de frente tiene la esperanza de que alguien pueda desplazar al presidente Bukele, ni siquiera aplicando la mejor estrategia de misión imposible, por lo que ofrecer un candidato único no busca arañar el poder de la silla presidencial, por ahora. Por cierto, son risibles los personajes que, según la prensa, podrían tirarse al suicidio político aceptando semejante encargo.
Este es el experimento fáctico que proporciona a la oposición un nuevo vehículo amalgamado de varios colores y otras hierbas para arribar al Palacio Legislativo y arrebatar la llave de la gobernabilidad, como primer intento. No es que crean que areneros y efemelenistas van a lograr un diputado más con sus desgastadas banderas. La apuesta está en la incorporación de todo actor que no tenga empatía con el Gobierno del pueblo o que venda su alma por un puñado de dólares. La meta es alcanzar el número mágico que quite la mayoría calificada.
Esta fórmula, con identidades ideológicas diluidas, no es un simple capricho. Ha salido del laboratorio de viejos zorros políticos que ganaron más que experiencia sirviendo al poder fáctico —varios afincados en el exterior porque huyen de la justicia con el dinero del pueblo—, y que es financiado por uno que otro empresario que pretende hacer nuevamente de El Salvador su finca o quiere cumplir su eterno sueño de ser presidente.
La genialidad, según ellos, está en hacer creer que el proyecto proviene de la sociedad civil, «en contra de un régimen». Y así han comenzado a deslizarlo algunos cipotes neófitos que ya se creen tiburones en la política, que provienen de padres y abuelos fracasados y corruptos.
¿Sociedad civil u organizaciones con fachada social? La respuesta es fácil: activismo.
Una cosa debe entenderse. Este no era el plan original de ARENA y el FMLN cuando firmaron los «acuerdos de paz de cúpulas», en 1992. Como lo he reiterado en mis columnas de opinión, el plan era la eterna alternancia, presentando una falsa oposición. Fue la fórmula perfecta sin barreras para los poderosos. Y así la ejecutaron por tres décadas hasta que el pueblo despertó y los hirió de muerte.
¿Por qué creen que tricolores, rojos y alguno que otro verde y azul defienden tanto sus «acuerdos de paz»? Simplemente porque con ellos pusieron a rodar el balón en el juego del bipartidismo, con el que se enriquecieron.
Ahora, ante el apoyo abrumador del pueblo a Nayib, no les queda de otra que quitarse las máscaras, mostrar a los salvadoreños y a la comunidad internacional lo que siempre fueron: un matrimonio consumado que se sube a un nuevo vehículo. Algo que hasta ahora entienden los «iluminados activistas» con pluma.
Por ello, no hay ninguna sorpresa en esta coalición de supuestos adversarios, pues ya no tienen razones para mantener la falsa enemistad. Los militantes de ARENA y del FMLN, así como veteranos y excombatientes, son los principales testigos de la más alta traición y la más grotesca burla al pueblo.
Carrocería nueva con motor viejo.