Hace unas décadas comenzó a gestarse una idea entre algunos periodistas en El Salvador sobre nuevas formas de procesar la información que recababan durante sus jornadas diarias o de investigación para publicar en los medios tradicionales (escritos, radiales o televisivos) pues, argumentaban que los propietarios de sus fuentes de trabajo o sus jefes superiores dictaban líneas editoriales contrarias a la deontología periodística.
La irrupción de nuevas vías para comunicar o informar facilitó que estos periodistas se agruparan según afinidades y visiones. Surgieron de variados gustos y colores; algunos de la vieja escuela, otros en el ejercicio pleno de la profesión y unos recién salidos de las aulas con el nuevo chip de las redes sociales o en tránsito hacia estas. Otro grupo, mayoritario, se mantenía al margen de esta evolución cuasi involuntaria, y se limitaba a trabajar «per se».
Fue consolidándose en algunos de estos grupos esa idea de que era necesario trascender, avanzar, mutar, perfeccionar el modo de informar para alcanzar propósitos más valiosos que el simple hecho de replicar notas. Y en esa coyuntura llegó la ayuda. Las redes multimedia fueron su mejor plataforma; organizaciones internacionales (con una agenda más amplia que la doméstica y que dicen abanderar y defender los sistemas de libertades) aparecieron para financiar su cruzada; periodistas en los diferentes órganos del Estado —o que salieron de estos y tenían acceso privilegiado a determinada información con determinados fines— se convirtieron en fuentes al estilo «garganta profunda» y una diversidad de aliados nacionales e internacionales se encargó de subirle el volumen a la nueva retórica, como lo sigue haciendo.
Desde el grupo mayoritario podía observarse que quienes impulsaban estas formas de hacer periodismo mantenían similitudes, denominadores comunes, tanto a nivel profesional como personal. Les gustaba destacar de entre los demás (en los ámbitos laboral y personal), difícilmente reconocían que podían estar equivocados, creían que eran los guías de la sociedad hacia la verdad absoluta, o al menos tener la capacidad especial para descubrirla; se veían como los elegidos para combatir al poder del «statu quo», como iluminados cual Lutero al descubrir nuevas realidades, casi dioses del mejor periodismo que podía existir. O sea, la clase privilegiada para llevar a los consumidores de la información hacia la verdad plena, ya filtrada, enfocada, sin encierro (por ellos mismo, claro).
Y se la fueron creyendo, hasta sentirse algunos con blindaje suficiente para incursionar en prácticas de búsqueda de información que rayaban, o incluso eran por sí mismas delitos. Pero como habían logrado construir toda una retórica de paladines andantes, gozaron de cierta inmunidad en sus hazañas y aventuras literarias, arropados con la libertad de prensa de la que —contradictoriamente— negaban su existencia; con la habilidad de conectarse a redes locales y extranjeras que, como se dice popularmente, les hacen segunda.
Y pronto les llovieron los premios de caballeros, tal cual más bonito, rimbombante, de praderas cercanas y lejanas, lo que venden como sinónimo de reconocimiento y legitimidad. Nada que ver. Solo inflan el ego.
Es de reconocer que lograron crear un círculo perfecto para beneficio de los intereses que esgrimen, engatusando hasta a gobiernos afines a su visión: estos grupos generan contenido que se replica en toda una red símil, la cual incluye a organizaciones que, de cuando en cuando, los premian, que a su vez envían reportes a entidades gubernamentales, los cuales son retomados en informes oficiales que luego son publicados por los mismos periodistas que le dieron origen al contenido. Y se cierra el círculo para volver a iniciar otro, como unos uróboros.
Desde mi punto de vista, la función del periodista es informar, «per se», en diversos estilos. Es casi natural, inherente de muchos humanos, avanzar a mejores estadios, pero en ese afán a veces se atropella lo esencial, en este caso informar para que el receptor tenga elementos suficientes con los que pueda determinar qué es lo más cercano a la verdad y a partir de ello tomar decisiones, como las que se avecinan en 2024.
Espacios como este sirven para expresar valoraciones personales. Hay libertad de expresión. Si se trata de informar, el estilo es otro. Hay libertad de prensa.