La esquina del chino
Jorge Dalton fue víctima hace un par de días de un asalto en el que el ladrón le disparó en la pierna, y aunque ya pasó lo peor, tuvo que ser ingresado de emergencia porque la bala le causó daños internos y la vio a palitos. Susy, su esposa, nos ha mantenido informados de su progreso por medio de las redes sociales.
Por nuestra concordancia en esto del cine y audiovisuales, con mi familia hemos tenido la dicha de conocerlos, de compartir en reuniones para hablar de cine en El Salvador, y, sobre todo, para hablar de la vida. No hay ningún evento de trascendencia del naciente cine salvadoreño en el que Jorge no haya participado. Se le busca para darnos sus consejos, sus críticas, que a veces navegan en la ironía y el sarcasmo, pero siempre son opiniones honestas y que se niega a ser parte del autoaplauso.
Pues por una de esas cosas del destino, hace más de 12 años una organización comunitaria de guanacos residiendo en el área de Virginia-D. C.-Maryland nos invitó a presentar documentales sobre El Salvador. Época en la que como Meridiano 89 habíamos producido una serie de documentales sobre el tema migratorio y Jorge Dalton tenía una serie de trabajos que habían sido presentados en los más prestigiosos festivales de cine a escala mundial. Así que el Negro Genaro, mítico guerrillero de las FPL en los ochenta, y otro grupo de Salvis que vivían en D. C. lideraban esa organización y se las ingeniaron para llevarnos y poder compartir con hermanos cercanos nuestras experiencias en los audiovisuales.
Un día antes de la presentación de los documentales, aprovechamos para darnos una vuelta por el Capitolio, el monumento La Aguja, el memorial de los caídos en Vietnam, ver sentado a Abraham Lincoln, etc. Pero Jorge, quizá por su cultura general, no estaba del todo complacido con el «tour» obligatorio que les dan a los turistas que siempre llegan a la capital de imperio. Jorge quería más. Ni corto ni perezoso, le pidió a nuestro guía que nos llevaran a los museos. Santiago Gutiérrez y yo nos quedamos viendo el uno al otro y dijimos con una mirada de cómplices, o de ignorantes, «¿y a este loco que le pasa?» Pues bien, nos fuimos a los benditos museos de Washington.
Cuando por primera vez entramos al Museo Nacional del Aire y el Espacio de Estados Unidos, me quedé perplejo, no tanto por lo impresionante de las piezas que atesora ese lugar, sino por lo loquito que se volvió Jorge Dalton recorriendo todos los pasillos del museo. Parecía un cipote cuando llega por primera vez a Juguetón y le dicen «agarra el juguete que más te guste».
Con Jorge conocí más de la lucha por la conquista del espacio entre la URSS y EE. UU. durante la famosa Guerra Fría que de todas las revistas de «Selecciones» que había leído en mi vida. Creo que más que ser cineasta el sueño de Jorge era ser astronauta. Me contó anécdotas de Yuri Gagarin cuando llegó a Cuba y fue recibido como héroe por Fidel, el Che y el pueblo cubano. Eran tiempos de amenazas a invasiones y construcciones de bases de misiles que generaba zozobra por una posible guerra nuclear.
Jorge sabía con lujo de detalles las pruebas fallidas de los Apolo, lo decía con aires de resignación más que con dolo. Igualmente admiraba las destrezas de los gringos y, sobre todo, la diferencia estética entre ellos y los soviéticos. Sabía de qué material están hechos los uniformes de los astronautas, cómo funciona el propulsor a chorro, el peso del ser humano cuando entra en la órbita espacial, lo que hay que comer, lo que no podés comer.
Se le caía la baba a Jorge cuando vio la réplica, no sé si era el original, del Sputnik, el aeroplano Spirit de San Luis con el que Lindbergh cruzó el Atlántico, la cápsula en la que John Glenn se convirtió en el primer gringo que le dio la vuelta a la Tierra. Lo que sí no le pregunté ni tampoco me comentó es si él creía que los americanos (norteamericanos les decimos los cubanos y latinos) habían llegado a la Luna. Será una de las preguntas que le haré la próxima vez que lo vea.
Pisto aparte era escuchar a Jorge hablar de las hazañas de los rusos, aunque no sé si lo niegue, creo que por obvias razones debería simpatizar más por los herederos de los bolcheviques. Esa tarde creo que comencé a conocer las diferentes facetas de Jorge, no quería salir del museo y con ironía y sarcasmo repetía constantemente: «Ño, estando en medio de esta vaina y el Capitolio entiendo a Fidel cuando decía en la Plaza de la Revolución que el imperio del Norte está pronto a caer».
Después de la visita al museo y de haber presentado nuestros documentales, terminamos la noche entre abrazos y chistes guanacos. Yo había descubierto a otro Jorge.
Que te recuperes pronto, Jorge, todavía tienes muchas historias que contar y una compañera que te ama sin pedir nada, o casi nada, que no es lo mismo, pero es igual.
PD1: Al momento de escribir esta columna, Susy Caula, esposa de Jorge, escribió esto en su FB: «Seguimos agradeciendo tantas muestras de preocupación, cariño y apoyo. Jorge ha recién comenzado un proceso que durará más de un año. Ayer, luego de que la junta de médicos decidió no realizar por el momento la segunda operación, dada la magnitud de su daño y heridas, fue dado de alta. Por otra parte, los queridos amigos Esther María Hernández y su esposo, Néstor Díaz de Villegas, han organizado un GoFundMe previa consulta con Jorge Dalton y mía. No deja uno de sentir vergüenza, pero no tenemos otra opción.
PD2: Este es el link para quienes quieran apoyar a la recuperación de Jorge: https://www.gofundme.com/f/ayudemos-a-jorge-dalton-y-susy-caula?