Con la expansión global del coronavirus, los gobiernos y las grandes farmacéuticas comenzaron una carrera por encontrar la vacuna contra la COVID-19. En un tiempo récord —gracias a los avances tecnológicos actuales y al trabajo coordinado de investigadores privados, de universidades y de las farmacéuticas, además del decidido apoyo de varios Estados— se logró desarrollar una serie de fármacos contra la enfermedad.
Sin embargo, la historia ha demostrado que las naciones más poderosas, prósperas y ricas siempre buscan garantías para su población, aunque no sea la que esté ante el riesgo más grande.
En ese contexto nació el mecanismo COVAX de la Organización de las Naciones Unidas con el objetivo de tratar de equilibrar el acceso a las vacunas entre todos los países, así tengan grandes economías o no.
Además del COVAX, los Estados negociaron, de acuerdo con sus recursos financieros y humanos, directamente con las farmacéuticas.
Fue así como El Salvador pudo cerrar tratos para obtener vacunas, además de cumplir con todos los requisitos demandados por el COVAX para recibir las dosis.
El ministro de Salud, Francisco Alabi, reveló que viaja con los sellos oficiales en su carro para no tener que ir hasta su oficina para responder oficialmente la comunicación con la Organización Mundial de la Salud (OMS).
Para el caso del COVAX, le tomó media hora responder, y eso permitió que el país recibiera el fármaco antes que otras naciones en el continente.
Sin embargo, a pesar de todas las buenas gestiones, al final es el peso de las grandes naciones el que se impone.
Un reciente estudio del Centro de Innovación en Salud Global de la Universidad de Duke revela que países como Canadá y Reino Unido lograron comprar una cantidad tal de vacunas suficiente para inmunizar a sus poblaciones hasta cinco veces, según la edición electrónica del periódico mexicano
«Milenio», en tanto que Estados Unidos y la Unión Europea adquirieron lo suficiente para poner dos dosis completas a cada uno de sus habitantes.
Este acaparamiento deja en desventaja al resto de naciones, que deben luchar por la caída de la economía debido a la pandemia, además de sus propios problemas y realidades.
La solidaridad de las naciones ricas debe expresarse de forma real, no solo mediante declaraciones. Una muestra de ello es lo que el presidente Nayib Bukele hizo con alcaldes de siete municipalidades de Honduras que recurrieron a él para gestionar vacunas para sus ciudadanos, debido a los problemas de aprovisionamiento en esa nación.
El presidente anunció en Twitter que El Salvador compartirá sus vacunas con esos municipios sin poner en riesgo la inmunización de los salvadoreños. Esos son hechos que valen.