No es cosa fácil atreverse a elucubrar sobre el tópico de igualdad tan atacado intelectualmente por el maestro Friedrich Nietzsche, y mucho menos contextualizarlo bajo la realidad actual del espíritu del hombre/ mujer postmoderno. De tal suerte que establecer postura al respecto será sin duda atrevido, pero de igual forma necesario.
Ya en su obra «Más allá del bien y el mal», el maestro vitalista expresaba: «Igualdad de derechos podría convertirse fácilmente en igualdad en la injusticia, esto es, en una guerra conjunta a todo lo que hay de raro, extraño y privilegiado en el hombre superior». Si bien es cierto no promulgo con la idea de superioridad en la raza humana, sí se logra comprender el trasfondo de este planteamiento.
No es de extrañar que Nietzsche expresara esta postura bajo el criterio que la larga historia de la filosofía ha acatado; es decir, no se debe por ningún motivo considerar como igual todo lo desigual, ni todo lo desigual como igual. El gran error interesado de las potencias y grupúsculos de poder mundial siempre ha sido y será confundir el espíritu humano, bajo la minimización de los dones individuales, a una estárteme colectiva que difumine la grandeza del ser humano como ente particular.
Ahora bien, no se debe confundir esto con la idea de elitismo intelectual, de ninguna manera, pero no se pude negar que la grandeza de la raza humana precisamente radica en sus diferencias, en las virtudes y habilidades diversas que poseen y ofrecen al colectivo. Pero cuando se observa desde el poder legal, el currículo educativo, el bombardeo publicitario, entre otras, la obligación de que todos sean iguales y aprendan lo mismo sin diferencias, se aclara el panorama de un mundo igualmente injusto.
Por lo tanto, esa capacidad de que una persona sea una y muchas a la vez se considera como errado en la postmodernidad, creando teorías psicológicas y sociológicas que animen a la persona a cuidarse de ser muchas a la vez. Es decir, que se considere como uno más de la tribu, uno más del círculo social, que no debe por ningún motivo tener soberanía en su voluntad y expresión externa de su ser.
De tal manera, tal como expresó el invitado de hoy, el maestro Nietzsche: «De este modo, el filósofo actual dará el nombre de grandeza a la capacidad de ser uno y múltiple, amplio y pleno». Obligación es de cada intelectual, académico, lector, místico, rebelde, o los que nos llamamos filósofos por atrevimiento, a hacer comprender a las nuevas generaciones que la diferencia, la multiplicidad, es la única oportunidad de evolución real, de paz y plenitud.
Por último, este ataque directo que hago a la idea de igualdad mal empleada en la actualidad se fundamenta en una jerarquía de valores que rechaza con todas sus vísceras la colectivización de la alta virtud humana. Rebajar la grandeza divina del ser humano, que se materializa en sus múltiples y distintas virtudes con otros, es la estrategia más diabólica que el mundo postmoderno posee para idiotizar al individuo y hacerlo creer igual a todos y parte de la tribu.
Tosco el pensamiento que se deje amedrentar y engañar por tal vileza de poder; es momento, querido lector, de que analice lo hoy expuesto y demuestre que su distinción, su ser tan único, es lo que engrandece a la humanidad y no está dispuesto a perder esa valiosa joya de la unicidad y de la rebeldía feliz. ¡Alfombra de sangre noble!